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La Naturaleza se ingenia con la idea que la atormenta de acariciar al pequeñuelo, abrazarlo y acercárselo á los pechos. Ceden los ligamentos, se dilatan, desprendiendo el antebrazo, y de ese brazo surge un pólipo aplanado. Esta es la mano. De manera que el lamantín goza de tan suprema dicha: con su mano abraza al hijuelo para estrecharlo contra su pecho, y, agarrándolo, colócalo sobre su corazón.

Quería separarme de ella; mas dejándola disfrutando también de una dicha análoga a la nuestra. El cariño que yo siento hacia ella y el que profesé a mi hermana, me obligaban a obrar así. »Cuando me vio, alzó la vista y me dijo sonriendo: » Ya ve usted cómo no me engañaba cuando le dije que la felicidad de ellos le haría dichoso. » , hija mía, pero eso no es bastante; has de serlo también.

Pepe le hizo un guiño malicioso como diciendo: "Has triunfado en toda la línea". El joven concejal sintió que se acercaba a pasos de gigante el logro de sus esperanzas y el apogeo de su dicha. El cotillón fué digno remate de aquel baile brillantísimo.

Para aplastar sin miedo, de frente, sin clemencia, la sierpe que envenena tu mísera existencia, arrastrando la muerte, nos tienes, patria, aquí. La madre idolatrada, la esposa que adoramos, el hijo que es pedazo de nuestro corazón, por defender tu causa todo lo abandonamos: esperanzas y amores, la dicha que anhelamos, todos nuestros ensueños, toda nuestra ilusión.

V. S. ha estado en Concepcion, distante mas de diez leguas de esta capital, de donde pudo inferir, que el puerto de Maracayú que citan, y toda la derrota jesuítica, pasaba muy al sud de dicha Concepcion; y por consiguiente, que nada tenia que ver con lo que VV. SS. proyectan.

El fervor de los cruzados encendía en aquellos breves instantes de heroica dicha su alma buena; y su deleite, que le inundaba de una luz parecida a la de los astros, era solo comparable a la vasta amargura con que reconocía, a poco que en el mundo no encuentran auxilio, sino cuando convienen a algún interés que las vicia, las obras de pureza.

Tengo vergüenza... murmuraba la joven . Me turba tanta dicha.... ; le quiero a usted... no... te amo, Gabriel. Nunca lo hubiese confesado: hubiera muerto antes de revelar este secreto. ¿Quién soy yo para que me amen?

Por dicha, para nada tiene que entrar aquí la cuestión de si Clara ama ó no á otro hombre. No me venga V. con rodeos y sutilezas. Yo he educado á mi hija con tal rigidez y con tal recogimiento, que no tengo la menor duda de que no ha tenido amoríos. Clara no ha mirado jamás con malicia á hombre alguno. Así será. Pero ¿no podrá mirarle el día de mañana? ¿No podrá amar, si no ama aún?

No, no se podría querer más, Julio, no existe dicha comparable a esta mía. A veces tengo miedo, se me ocurre que algo ha de sobrevenir para dañarnos, para deshacer toda esta trama de ilusión. Cuando estoy sola, en casa, siento impulsos de correr a buscarlo y sentirme suya y rechazar ese algo que podría quitarnos la dicha que quiero. Y ahora, Julio, aguárdeme aquí con ellas.

En verdad, muchas veces dije: esperemos a ver en qué para esta monja, que no es bueno dar fe tan presto a sus virtudes y revelaciones; no tanto porque dudase de ella, cuanto por juzgar que así conviene para mujeres. Pero ahora declaro que la dicha Teresa ha dado a entender ser posible en ellas la perfección evangélica. Y así mesmo doña María, padre Crisóstomo.