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¡Cuidado con lo que dices, Jacobo! exclamó enérgicamente la marquesa . ¡Mira que me autorizas a pensar que tu política bismarckiana ocultaba alguna vileza! ¡La tuya que oculta una intriga en que asoma la mano del padre Cifuentes!...

Y no me habéis dicho nada... Juan, algo te pasa... Eres un hombre, y no tengo ya derecho para tratarte como a un niño; pero, en fin, sabes cuánto te quiero... Si tienes alguna pena, alguna contrariedad, ¿por qué no me lo dices? Quizá podría darte algún buen consejo. Juan, ¿a qué vas a París?

Callaron todos, hondamente impresionados por la relación tan patética como sencilla del bondadoso padre. Este llevó a sus ojos la mano basta y ruda, endurecida por el arado, y se limpió una lágrima: ¿Qué dices a eso, Teodoro? preguntó Carlos a su hermano.

70 Mas él negó delante de todos, diciendo: No lo que dices. 71 Y saliendo él a la puerta, le vio otra, y dijo a los que estaban allí: También éste estaba con Jesús Nazareno. 72 Y negó otra vez con juramento: No conozco al hombre. 73 Y un poco después llegaron los que estaban por allí, y dijeron a Pedro: Verdaderamente también eres de ellos, porque aun tu habla te hace manifiesto.

Pero, papá, ¿qué dices ahí? El amor no es más que un exceso de nutrición.

no quieres aparecer como aceptándolo muy ligeramente; pero eso es una táctica. ¡Oh, Diana! protestó María Teresa; ¿por qué no has de creer en lo que yo te digo? ¡Pero si no me dices nada! ¿Por qué he de decirte que amo a Huberto cuando todavía no es verdad? ¡Me gusta ese «todavía» desprovisto de artificios; es revelador!... Querida mía, querría que tomases una decisión.

Y la razón es que como ellos, dondequiera que están, traen el infierno consigo, y no pueden recebir género de alivio alguno en sus tormentos, y el buen olor sea cosa que deleita y contenta, no es posible que ellos huelan cosa buena. Y si a ti te parece que ese demonio que dices huele a ámbar, o te engañas, o él quiere engañarte con hacer que no le tengas por demonio.

Los gastos que uno tiene son cada vez mayores. ¿A que no sabes lo que llevo gastado este año, vamos a ver? Poca cosa respondió el duque con sonrisa despreciativa. ¿Poca cosa? Pues pasa de setenta y cinco mil duros, y aún estamos en Noviembre. ¿Qué dices? manifestó el duque con viva sorpresa . No puede ser. Lo que oyes.

Le amaba sin la menor idea de celos o inquietud, y merecía tan perfecta confianza. Mira, ahí vienen mi padre y el señor de Pavol. ¿Qué tal, sobrina? ¿Qué dices de mis predicciones? Sois muy poco discreto tío le dije, ruborizándome. Fue el comandante quien reveló el secreto; hacía mucho tiempo que lo conocía. ¡Oh! mucho no; desde hace ocho meses. No, desde la primera vez que te vi, querida hijita.

La verdad, Leonor: no tienes mucho pelo; pero yo te quiero así, sin pelo, Leonor: tus ojos son los que quiero yo, porque con los ojos me dices que me quieres: te quiero mucho, porque no te quieren: ¡a ver! ¡sentada aquí en mis rodillas, que te quiero peinar!: las niñas buenas se peinan en cuanto se levantan: ¡a ver, los zapatos, que ese lazo no está bien hecho!: y los dientes: déjame ver los dientes: las uñas: ¡Leonor, esas uñas no están limpias!