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Julián, que empezaba a descalzarse los guantes, se compadeció del chiquillo, y, bajándose, le tomó en brazos, pudiendo ver que a pesar del mugre, la roña, el miedo y el llanto, era el más hermoso angelote del mundo. ¡Pobre! murmuró cariñosamente . ¿Te ha mordido la perra? ¿Te hizo sangre? ¿Dónde te duele, me lo dices? Calla, que vamos a reñirle a la perra nosotros. ¡Pícara, malvada!

Pienso como mi contento Y el tuyo se va acabando, Y no será su homicida El cerco de nuestra tierra, Que primero que la guerra Se me acabará la vida. Qué dices, bien de mi alma? LIRA. Que me tiene tal la hambre, Que de mi vital estambre Llevará presto la palma. Qué tálamo has de esperar De quien está en tal estremo, Que te aseguro que temo Antes de un hora espirar.

Pero, muchacha, eso que dices no es apagar el fuego, sino echarle leña para que arda más. Si han de murmurar como uno al verte con el vestido nuevo, murmurarán como dos al ver con levita nueva a don Paco. Pues que murmuren.

15 Y le volvieron a preguntar también los fariseos de qué manera había recibido la vista. 16 Entonces unos de los fariseos le decían: Este hombre no es de Dios, que no guarda el sábado. Y otros decían: ¿Cómo puede un hombre pecador hacer estas señales? Y había disensión entre ellos. 17 Vuelven a decir al ciego: ¿, qué dices del que te abrió los ojos? Y él dijo: Que es profeta.

Se diría que ya está muerta murmuró, ocultando la cabeza entre sus manos. Y si muere continuó, no será a consecuencia de su parto, no será de esa miserable fiebre; sólo yo seré la causa de su muerte. Por el amor de Dios, ¿qué dices? exclamé, extendiendo hacia él mis brazos.

Dices, Juan, que las minas serán nuestra felicidad. ¡Eso! ¡eso digo! exclamaba el paisano con furor. Pues yo te digo que acaso, acaso serán nuestra desgracia. ¡Martinán, eres un burro! gritó otro paisano que allá en un rincón libaba silenciosamente el jugo de la manzana. Te digo que acaso sean nuestra desgracia y voy á probártelo expresó Martinán con calma sin hacer caso de la interrupción.

Por fortuna, Judit no oyó las últimas palabras; porque en aquel instante el barón de Blangy, que iba detrás de ella, decía a su hermano: Ahí va Judit. ¿La amante de Arturo? Está loco por ella, y en camino de arruinarse... No lo extraño; yo haría lo mismo en su lugar. ¡Es guapísima! ¡Qué aire tan distinguido y qué fisonomía tan seductora! ¿Y qué me dices de ese talle tan elegante y tan gracioso?

Yo tendré ojos, Nela, tendré ojos para poder recrearme en tu celestial hermosura, y entonces me casaré contigo. ¡Serás mi esposa querida... serás la vida de mi vida, el recreo y el orgullo de mi alma! ¿No dices nada a esto? La Nela oprimió contra la hermosa cabeza del joven. Quiso hablar, pero su emoción no se lo permitía.

La codicia, , la codicia, porque sólo ella me podía hablar de ese modo, me decía: «¿Dices que Gabriela ama a otro, que vive pensando en otro, que no puede amarte? ¡Ten paciencia, ten calma, que no todo ha de ir tan de prisa como quieres!

Venga... Por aquello de cumplir. Dices bien; una cosa es enamorarse de la muerte, y otra cumplir nuestras obligaciones mientras no llega el momento dijo doña Lupe con naturalidad . De te decir que estoy harta de la vida, pero harta, y si no he tomado ya una determinación es porque como tiene una tanto que hacer, no le queda tiempo ni para pensar en lo que le conviene.