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-Y ¿qué es lo que dices, loco? -replicó don Quijote-. ¿Estás en tu seso? -Levántese vuestra merced -dijo Sancho-, y verá el buen recado que ha hecho, y lo que tenemos que pagar; y verá a la reina convertida en una dama particular, llamada Dorotea, con otros sucesos que, si cae en ellos, le han de admirar.

Nada, sino que me ha asustao, porque me dijo que quería entrar, y como estamos solas, pensé que me pasaría algo ... porque como es una así tan guapetona.... Y no tiene una mala cara.... Ya ve usted. ¡Ah! ¿El oficial aquél del otro día?... ¿Y dices que se quería meter aquí? ; y después me preguntó por usted. ¿Por ? ¿Y qué le dijiste? Que estaba güena. Después dijo que si estaba aquí el viejo.

Y no digamos nada de don Felipe II, un monarca tan sabio, tan astuto, que hacía bailar a su gusto a los reyes de Europa como si les tirase de un hilillo.... Todo para mayor gloria de España y esplendor de la religión. De victorias y grandezas no digamos. Si su padre venció en Pavía, él reventaba a los enemigos en San Quintín. ¿Y qué me dices de Lepanto?

Y si piensas que de todos mis asaltos ha de salir vencedora, como saldrá sin duda, ¿qué mejores títulos piensas darle después que los que ahora tiene, o qué será más después de lo que es ahora? O es que no la tienes por la que dices, o no sabes lo que pides. Si no la tienes por lo que dices, ¿para qué quieres probarla, sino, como a mala, hacer della lo que más te viniere en gusto?

Una de aquellas tardes que fué, encontró sola a Carmencita, y apenas se saludaron, le preguntó Salvador: ¿Todavía lees aquel libro que te hace desvariar? Ella dijo, con su voz de melodía triste: Todavía.... Pues yo voy a traerte otro libro santo muy alegre, con tapas azules y letras de oro, si me prometes que leerás en él un poco todos los días. Si dices que es santo....

me dices que adoras y que te idolatran, que has entrado en el palacio del amor por la puerta del misterio, que no cambiarás tu estado por el reino de Fez... Pero, en fin, no responderás a mis preguntas: ¿Quién es?, ¿cómo la viste?, ¿dónde se encuentra? El compañero de tu niñez, tu amigo Abenzeid te lo suplica.

Vas a casa al momento, y dices a Amaranta, que si quiere ver a Inés y aun hablarla, vaya a las Cortes. Ella tiene cédula para la tribuna. ¿Qué dice usted? exclamé con asombro . ¿Que Inés está en las Cortes? , se han plantado en San Felipe las tres niñas beatas. ¿Qué te parece?

¡, ya a qué atenerme al respecto!... Y ¡vive Dios! que tengo ganas de ver que se le trata con desprecio. Claro es que, si alguno de los dos debía aborrecer al otro, indudablemente ese alguno es él... él, que era mi único heredero, y a quien mi matrimonio ha despojado de la fortuna que le correspondía. Confío en que no sucederá lo que dices se apresuró a decir Cecilia.

¿Por qué lo dices, camaraíya y en qué te he faltado? dijo Lombrijón. Bien lo sabes, camaraíya repuso Vejarruco . En que asina que vi venir a miloro y la compañía, dije al señor Poenco: «Lo que beba miloro y la compañía, corre de mi cuenta; que aquí hay un caballero pa otro caballero». ¡Zorongo! exclamó Lombrijón . Pero di, Vejarruco, ¿eso es conmigo? ¡Cachirulo!, contigo es.

¿Cómo...? ¿Qué dices? respondió Clara aterrada al ver los ojos de su marido, pero sin comprender todavía. ¡Te pregunto qué es lo que me has echado en el te! gritó con más furor sacudiéndole el brazo y soltándolo después con un movimiento de repulsa que la hizo tambalearse. Clara comprendió al fin y llevándose las manos a los ojos exclamó con espanto: ¡Dios mío, qué horror!