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Llamó el encargado a Remigio y éste les manifestó que eran vecinos suyos y vivían en la calle de Lavapiés. El padre era viudo, de oficio sillero y no tenía más hija que ésta. La muchacha estaba aprendiendo a peinar. Buena gente. El sillero un infeliz. La chica muy trabajadora y muy recatada, pero con un genio de dos mil diablos.

¡Ah! por mis pecados, condesa de Lemos dijo Quevedo , que no sabía yo que tan valiente érais. Las mujeres son diablos, don Francisco repuso Juara. Y aun archidiablos; una perdió al mundo y sus nietas siguen perdiéndole; aconsejadas siguen por el diablo. ¡Audacia como ella! Pero cuenta, hijo, cuenta; así entretendremos el tiempo. ¿Cómo te me he venido yo á las manos? ¡Lance más donoso!

Mira me dijo, desde hoy yo me encargo de ti. ¡Qué diablos! Soy viejo, pero tengo el alma joven todavía: seré tu padre y tu hermano al mismo tiempo. Tengo mala fama en el mundo: las mujeres como misia Medea me aborrecen, porque no creo en deidades políticas; y los hombres como don Eleazar tampoco me pueden pasar, porque no hacer negocios de los que ellos hacen.

EL GRUESO ROMANO. ¡Por la cabeza de Baco, he dormido como la primera noche después de la fundación de Roma! ¿Qué espantajos son ésos? ¡Silencio, son los maridos! EL GRUESO ROMANO. ¿De veras? ¡Dios mío, qué sed tengo! ¡Proserpinita mía, dame un poco de sidra! UNA VOZ TÍMIDA. ¡Proserpinita querida! ¿Dónde estás? EL GRUESO ROMANO. ¿Qué diablos quiere éste? ¡Llama también a mi mujer!

¡Diablo! dijo don Pedro , del mal el menos; es buena moza cuanto puede pedirse, y parece honrada y buena... ¿qué diablos de complicaciones...? una querida más... y una pensión más... porque si no es mi querida, sospechará... podrá presumir, y es necesario que no presuma.

Pero me parece que don Federico, que se derrite como tocino en sartén cuando me oye cantar, lo mismo piensa en casarse conmigo que piensa don Modesto en casarse con su querida Rosa... de todos los diablosEn todo este bello monólogo mental no hubo un pensamiento ni un recuerdo para su padre, cuyo alivio y bienestar habían sido las primeras razones que había aducido la tía María. Capítulo XII

Aunque con menos lujo, concurrían también las cofradías a las fiestas de San Benito y Nuestra Señora de la Luz, en el templo de San Francisco, y a las procesiones de Corpus y Cuasimodo. En estas últimas eran africanos los que formaban las cuadrillas de diablos danzantes que acompañaban a la tarasca, papahuevos y gigantones.

Al rayar el alba, aunque hacía viento muy frío que helaba, por ser aquí este mes el corazón del invierno, se fueron todos á bañar al río; y para hacer más alegre la fiesta, adornaron sus cabezas con hermosos penachos afeitándose el rostro con colores muy feos, imaginando crecían en belleza y hermosura, cuando parecían otros tantos diablos.

Teníase al Diablo Cojuelo, como dice el refrán, por el más listo de todos: Esperanza Bonfilla, procesada por la Inquisición de Valencia en 1600, hizo que cierta mujer, para atraer a un hombre, «hiciese vn conjuro en la forma siguiente: tomando vna escoba, la puso vna toca como muger, y encendida vna bela que no fuese bendita, se arrodilló delante de la escoba, y sin haçer cruz, juntas las manos, dixo: Marta, Martica, no la santa ni la digna, ni la digna de rogar, ni la que está en el altar, sino la que de noche andas por las beredas y los días por las encrebelladas, yo te conjuro con Satanás y con Barrabás, con Bercebú y todos los diablos, y con el diablo coxo, que corre mas que todos, que todos vais a fulano y le deis tiempo para vestirse y le traigais por puntos ante y mis ojos, sin hacerle mal» .