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¿Qué os dice? interrumpió la viuda, que escuchaba palpitante las palabras que recogía de los labios del culpable. Le resistí, me negué; pero ella me rogó, me suplicó, regó mis manos con sus lágrimas, y tanto hizo que hubiera ablandado el corazón más insensible. Después me amenazaba con su venganza e iba a echarme a la calle. Si, por el contrario, consentía en ayudarla, prometía enriquecerme.

Con plena libertad, aun después de haber arrojado de mi alma, por motivos de que no tengo que darle cuenta, todo tierno afecto hacia usted, le consagraba yo aún estimación amistosa. Esta se ha perdido también por la tremenda culpa de usted cometida hace pocos días. Ya ni amor, ni amistad, ni estimación le tengo.

Oponiéndose a cuantas ofertas de ayudarlo se le hicieron, comenzó a llenar la tumba, dando la espalda al gentío, que, después de algunos momentos de indecisión, se retiró poco a poco.

Los balcones y ventanas de las casas, así como las puertas de los comercios, se hallaban perfectamente cerradas. Los curas, soldados y carceleros, después de pasear la vista por el ámbito de la calle, mirábanse unos a otros con acentuada expresión de asombro. El único objeto que hería la vista en medio de esta soledad era el carruaje miserable y fatídico que me esperaba.

En el año 1701 no había habitadas en todo el Archipiélago de Marianas más que las islas de Guajan, Rota y Saipan, y estas últimas, era tan poca su importancia y tanta su miseria, que al despoblar los españoles años después la isla de Rota, dice una crónica de aquel tiempo, literalmente lo que sigue: «La tierra es estéril, el cielo melancólico, el viento y el mar á temporadas furioso, horrible y formidable.

Por la primera vez, después de muchos años, cometió una injusticia con sus amigos y se apartó de su imparcialidad habitual. El excelente hombre se creía estar en el cielo y tamborileaba con sus dedos sobre la pechera de su camisa con una satisfacción visible.

El antiguo emigrado de Lóndres tenia razon. El elector de bronce, aquella grande historia, lo nombró diputado primero, presidente de la república despues, emperador más tarde. No niego lo que este emperador haya podido hacer; pero creo que el otro emperador, el ELECTOR de la columna de Vendome, ha hecho mucho más. Vamos á la anécdota del general Welington.

Desde dos médicos que venían a bordo, basta el último pasajero, todos ideamos veinte remedios diferentes sin resultado. El pobre pájaro murió un instante después.

Después aparece la bella judía Raquel, que ha presenciado la entrada del Rey, y que cree haber observado que la miraba con predilección. Va después á bañarse á un lugar alejado á orillas del Tajo. La casualidad lleva al Rey á este mismo paraje, y ve oculto á la judía, y siente, al contemplar sus gracias, la más violenta pasión.

Con fantásticos y vistosos trajes, naires de la India, montados en el cuello de aquellos gigantescos cuadrúpedos, los iban dirigiendo. Después aparecía lo más espantoso de aquella pompa. Montado en un soberbio alazán de Persia iba un domador de Ormuz, que llevaba a las ancas, en el mismo caballo y casi abrazado con él, un tigre domesticado.