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Flimnap le contó el otro día, según creo, que los hombres ya no se muestran tan cobardes como al principio de la dominación femenina. Se sublevan contra el despotismo de las mujeres; quieren una existencia propia; desean «vivir su vida», como dicen los muchachos más rebeldes.

Los bandidos y pillos de Roma y los lazzaroni de Nápoles, magistrales en el manejo del puñal, han sido los mejores apoyos del despotismo en la Italia meridional. Los salteadores de Grecia hacian la guerra á la noble causa que tuvo por mártir al sublime Byron. El agricultor es un rudo tipo, pero es honrado y pacífico.

Pero el escándalo de don Santos el de los Cristos, como le llamaban; dos o tres rasgos de despotismo en la curia eclesiástica, el dineral que costaba casarse como si antes no costara lo mismo y las acciones del Banco, volvieron a encender los odios, y esta vez se habló de colgar al Provisor y demás clerigalla.

En cambio, los hombres, derribados de su antiguo despotismo y sometidos á la esclavitud dulce y cariñosa que merece el sexo débil, eran dentro de su casa la «esposa» ó la «hija», y en la vida exterior, la «señora» ó la «señorita».

Por este solo rasgo serian acreedores nuestros poetas á la corona cívica, aun cuando no fuesen dignos de ceñir sus sienes con el lauro literario de los grandes génios. En la antigua Roma, el despotismo de Augusto tuvo por auxiliares la musa de Horacio, de Virgilio y de Ovidio; y la bárbara tiranía de Neron tuvo por aduladores á Séneca y á Lucano, notables poetas de la decadencia latina.

Muchos filósofos han creído también que las llanuras preparaban las vías al despotismo, del mismo modo que las montañas prestaban asidero a las resistencias de la libertad.

Este pensamiento, siempre fijo, siempre presente en el cerebro no muy sólido de la brigadiera, llegó a exasperarla a tal punto, que convirtió la casa muy pronto, de monarquía absoluta, pero discreta, que era, en feroz e insufrible despotismo.

Hace tiempo..., desde que tuve la dicha de conocerla a usted...». Isidora, con su penetración admirable, comprendió todo. Tuvo una visión. Rasgose un velo y vio al monstruo herido que se postraba ante ella y le lamía las manos. Tuvo horror, asco. Toda la nobleza de su ser se sublevo alborotada, llena de soberbia y despotismo.

El asunto es muy diferente. «La ilegalidad no era necesaria; y ademas, aun cuando lo fuese, la ley es ántes que todo. ¿Adónde vamos á parar, si se concede á los gobiernos la facultad de quebrantarla, cuando lo juzguen necesario? Esto equivale á autorizar el despotismo; ningun gobernante infringe las leyes, sin decir que la infraccion está justificada por necesidad urgente é indeclinable

Alegre, rozagante, como nuevo volvió de los baños de Termasaltas el señor Arcediano don Restituto Mourelo, dispuesto a emprender otra campaña, que esperaba fuese la última y decisiva, «contra el despotismo del simoníaco y lascivo y sórdido enemigo de la Iglesia que, apoderado del ánimo del señor Obispo, tenía sojuzgada a la diócesis». Con esta perífrasis aludía al señor Provisor el diplomático Glocester.