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Llevaba concluida una traducción de El laberinto de amor, sendas glosas de los sonetos de Petrarca, y tenía entre manos una feliz imitación de la Arcadia de Sannázaro. Para él, aquella naturaleza desolada y adusta que rodeaba, por todos lados, a su ciudad natal no merecía un hemistiquio.

Tantas preguntas le hizo esta y tanto cariño le mostró, que al fin obtuvo respuesta de la pobre mujer desolada, que no parecía tener consuelo ni hartarse nunca de llorar.

Decía que no me conviene el sol ardiente de Italia, sino las nieblas invernales del Norte; quiero contemplar una naturaleza triste y desolada como está mi alma; nada más a propósito que Holanda con sus pantanos, el Rhin con sus ruinas, Alemania con su cielo nuboso.

Carmencita tendía desolada sus manos en las tinieblas, a tientas en su senda, otra vez nublada por densa nube. Así andando, despavorida entre la sombra, llegó a la parroquia de la aldea, y se arrodilló delante de un confesonario.

La noche dura varios meses, y en ocasiones es tal su obscuridad, que Kane, rodeado de sus perros, sólo los divisaba merced á la humedad del aliento. En tan dilatadas, muy dilatadas tinieblas, sobre esa tierra desolada, estéril, vestida de hielos impenetrables, erran, no obstante, dos solitarios que se obstinan en vivir allí, en medio de los horrores de un mundo imposible.

14 antes los esparcí con torbellino por todos los gentiles que ellos no conocían, y la tierra fue desolada tras ellos, sin quedar quien fuese ni viniese; pues tornaron en asolamiento el país deseable. 1 Y vino palabra del SE

He prometido alegrarme de que D. Luis se vaya. He querido olvidarle y hasta aborrecerle. Pero mira, Antoñona, no puedo; es un empeño superior a mis fuerzas. Cuando el vicario estaba aquí juzgué que tenía yo bríos para todo, y no bien se fue, como si Dios me dejara de su mano, perdí los bríos, y me caí en el suelo desolada.

Sus manos finas, transparentes y monjiles, que parecían hechas para tejerse en los éxtasis y para filigranar ofrendas de vírgenes y capas pluviales; sus manos, finas y transparentes, eran doctas en los secretos del amor mundano. Cuando yo la conocí, tenía la desolada belleza de las ruinas.

De pronto se sintió en el silencio y en las sombras de la desolada casita, ruido de hierros y maderas que crujían... unos pasos pesados y torpes que se acercaban... un formidable golpe contra la puerta...

Pero no queda nada de la ideal aparición de la primera tarde en la Catedral bajo el fantástico rayo de luna. Su figura no es ya la de una santa o una madona poética y extasiada. No hay delante de más que una pobre niña temerosa, desolada y casi agreste. Me evita cuanto puede, huye en cuanto me ve y retarda todo lo posible la conversación que le he pedido.