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A un lado alzábase la colina de San Salvador con su ermita en la cumbre, rodeada de pinos, cipreses y chumberas. El tosco monumento de la piedad popular parecía hablarle como un amigo indiscreto, revelando el motivo que le hacía abandonar a los partidarios y desobedecer a su madre. Era algo más que la belleza del campo lo que le atraía fuera de la ciudad.

Quedó aquél asustado y confuso ante tan arrebatada determinación. No se le ocultaba que la joven tenía razones poderosas para desobedecer la autoridad de su padre, y si se quiere para huirla. Pero el caso era muy grave. Desde luego trató de disuadirla aconsejándole calma y resignación.

Tenía miedo a aquellos ojos iracundos, en los que podría leer seguramente el relato de cuanto había hecho por la tarde; pero al mismo tiempo abrigaba el propósito de desobedecer a su madre, oponiendo a su energía una resistencia glacial. Apenas terminó la serenata, se metió en su cuarto, huyendo de toda explicación con doña Bernarda.

La satisfacción de una nueva conquista, la inquietud de algo desconocido que iba a revelarse en breve, el orgullo de desobedecer a todos imponiendo su capricho, enardecían la briosa juventud de Nélida, dando nueva frescura a su animalidad triunfante y majestuosa. Paseó Ojeda por la cubierta para entretenerse hasta la hora de la cita. ¿En qué día estaba?... Miércoles nada más.

Nadie obligaba, pues, á los cristianos á apostatar: podian permanecer en su religion sin ser molestados siempre que ellos no se propasasen á desobedecer las citadas leyes penales, y es claro que la generalidad de los mozárabes, que no se sentian animados de un estraordinario valor, cumplian con sus deberes religiosos y se justificaban á los ojos de Dios obedeciendo sumisos aquellas prohibiciones. ¿Mas habráse de deducir por esto que no era loable y muy de envidiar el santo celo de los mártires, que burlándose de las humanas leyes y de sus opresores se presentaban espontáneamente á declarar su y á vituperar los errores del mahometismo?

Y era que recordábamos haber leído que los habitantes de este lugar se complacieron en desobedecer, humillar y contradecir á Carlos V durante su permanencia en Yuste, llegando al extremo de apoderarse de sus amadas vacas suizas, porque casualmente se habían metido á pastar en término del pueblo, y de interceptar y repartirse las truchas que iban destinadas á la mesa del Emperador.

Hizo un gesto a los músicos, y éstos, incapaces de desobedecer en nada a la autoridad, acometieron una música más viva y endiabladamente alegre que la de antes. ¡Pero como si tocasen a muerto!... Todos permanecían inmóviles y enfurruñados, pensando cómo podría acabar esta inesperada presentación.