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17 Porque dices: Yo soy rico, y estoy enriquecido, y no tengo necesidad de ninguna cosa; y no conoces que eres un desventurado y miserable y pobre y ciego y desnudo; 18 Yo te amonesto que de compres oro afinado en fuego, para que seas hecho rico, y seas vestido de vestiduras blancas, para que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas.

No tenía ningún vestido propio para viaje, ni sombrero, ni nada de lo que ordena el implacable imperio del verano, que con sus chapuzones iguala en dispendios al invierno con sus bailes y fiestas. Riquín estaba casi desnudo. «Nada, nada dijo Melchor en tono paternal ; yo no puedo consentir que carezcas... Pues no faltaba más...».

Era un pequeño espacio abovedado, deprimido, denegrido, desnudo de muebles, á cuyo fondo había una puerta, á la que se encaminó el bufón. Siguióle Quevedo. El tío Manolillo cerró aquella puerta.

Ni el uno ni el otro habían seguramente conservado una impresión desfavorable de su primer encuentro, pero era una impresión vaga, fugitiva, efímera, la duración de un vals; mientras que en aquellas horas de angustia suprema, cada una de las cuales podía ser la última, sus almas no temían mostrarse al desnudo.

Yo lo cerré contra el mío, y, aunque era un muchacho, no qué vagas nociones de ternura, qué entusiasmos indefinibles experimentó mi ser al sentir el frío desnudo de la carne, y al aspirar el perfume nunca aspirado de aquella singular criatura. Han pasado algunos años. Estoy lejos de Buenos Aires; en una ciudad cuyo nombre no interesa al lector.

Con el mismo éxito se libró de otro testigo importuno: un chicuelo obscuro de color, desnudo de piernas y con gran sombrero de paja, que al ver llegar la comitiva se apresuró a salir de un toldo de cañas, limpiando un vaso en un arroyo y ofreciéndolo después lleno de agua hasta los bordes. Era el espíritu guardador de la cascada.

Y Quevedo desnudó su daga, cogió uno de los sedosos y pesados rizos de Dorotea, le cortó, le anudó, le guardó en el seno y salió de la alcoba. Adiós, fray Luis, adiós dijo abrazándole . Hasta que la desdicha nos vuelva á juntar. Adiós, don Francisco, adiós, y que

De tiempo en tiempo veía relucir lo blanco de una pechera o el extremo de un brazo desnudo, en medio de una obscuridad purpurina, como diría Schiller. ¡Ah, ! ¡es cierto! Una cosa más me llamó la atención.

Iba á apuntar en un pedazo de papel las dosis de aguardiente de caña y de azúcar, cuando ella se levantó, súbitamente vigorizada, mirando en torno con extrañeza... ¿Por qué estaba allí? ¿Qué tenía que ver con aquel buen hombre medio desnudo que le hablaba como si fuese su padre?... ¡Gracias! ¡muchas gracias! dijo al salir de la cocina.

Cualquiera puede figurarse la respuesta: feliz el mancebo, si en vez de hacerle esa sencilla pregunta no le ocurre al calavera asirle de las narices a través de la rejilla, diciéndole: Retírese usted; la noche está muy fresca, y puede usted atrapar un constipado. Otra noche llama a deshoras a una puerta. ¿Quién? pregunta de allí a un rato un hombre que sale al balcón medio desnudo.