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Sinang varias veces castañeteó y su madre no la pellizcó, quizás porque estuviese abismada ó porque juzgase que un joyero como Simoun no iba á tratar de ganar cinco pesos más ó menos por una exclamacion más ó menos indiscreta. Todos miraban las piedras, ninguno manifestaba el menor deseo de tocarlas, tenían miedo. La curiosidad estaba embotada por la sorpresa.

¿Pero tiene hecho algún voto? No. ¿Sabe ella vuestra voluntad? No, porque yo quiero que haga la suya. ¿Habéis hecho alguna promesa á Dios? Tampoco, porque no puedo prometer lo que otro ha de cumplir, y mucho más cuando ese otro es hija mía. ¿De suerte, que sólo tenéis un ligero deseo de que sea monja? Es tan candorosa, tan sencilla mi hija doña Juana...

Bolívar y Paez se vieron en San Juan de Payara el 16 de Enero de 1819, y pronto quedaron reconciliados por el deseo que en ambos existia de levantar el ánimo de sus soldados, algo abatido por los desastres del año anterior, y marchar en buena armonia desde enfonces al noble fin que les hacia exponer su vida en el campo de batalla.

Este tímido deseo me inspiró un pensamiento, y la inspiración de este pensamiento llevó mi mano al cordón de la campanilla, del que tiré fuertemente.

Deseó el pintor ver algunos de los bosquejos por Beatriz comenzados, mostrándoselos ésta con cierto aire de confusión; eran copias directas de la naturaleza misma que el artista no halló desacertadas.

Un deseo claro y terminante de venganza se impuso á su pensamiento; necesitó herir á su enemigo aunque él tuviese que sucumbir al mismo tiempo. En el trance en que se encontraba había que jugar el todo por el todo. Sorege no dudó é hizo de antemano el sacrificio de la vida, con tal de aniquilar á Jacobo. Entonces decidió volver á casa de Lea.

Asombróse el duque, me preguntó el objeto de mi deseo, insistí yo, diciendo que era un capricho, y á la noche siguiente el duque me trajo un memorial en que se pedía una limosna á la reina, y á cuyo margen se leía: «Dense á esta viuda veinte ducados por una vez», y debajo de estas palabras una rúbrica. ¡Era la misma letra, la misma rúbrica de las cartas! no podía tener duda: la reina era amante de don Rodrigo Calderón.

Y aunque Gonzalo advertía con cierto disgusto que debía de haber en aquella adoración más deseo de la dote que verdadero amor, procuraba lisonjearla hablándola de sus pretendientes. Ella rehuía la conversación con silencio obstinado, sonriendo vagamente para no dejar traslucir su pensamiento; hasta que al cabo se veía precisado a hablarle de otra cosa.

Parece que hoy no está usted con muy buen humor observé, sin poder dejar de sonreírme. No, no lo estoy confesó. La señora Percival está haciéndose muy pesada. Deseo ir esta tarde a Mayvill, y ella no me quiere dejar ir sola. ¿Por qué desea, con tanto empeño, ir sola? Se sonrojó ligeramente, y por un momento pareció desconcertada.

Otras veces, cuando ya estaba Elena en la silla, se presentaba Canterac, también á caballo, con el deseo de acompañarla. Pero Elena le acogía con signos negativos de su latiguillo. Ya le he dicho varias veces que no quiero más acompañante que mister Watson le contestó ella una mañana . Usted, capitán, váyase á trabajar en esa misteriosa y enorme sorpresa que me está preparando.