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Y el diablo, que no duerme, como es amigo de sembrar y derramar rencillas y discordia por doquiera, levantando caramillos en el viento y grandes quimeras de nonada, ordenó e hizo que las gentes de los otros pueblos, en viendo a alguno de nuestra aldea, rebuznase, como dándoles en rostro con el rebuzno de nuestros regidores.

Luisa amaba con pasión el campo, los jardines y las flores. Al llegar la primavera, los primeros cantos de la alondra le hacían derramar lágrimas de ternura. Luisa iba a ver brotar los azulejos y las espinas tras los zarzales del monte, y espiaba la vuelta de las golondrinas que anidaban en un ángulo de la ventana de su buhardilla.

Al fin, otro desgraciado, que no lo era tanto como él, le facilitó una guitarra vieja y rota, y después de arreglarla del mejor modo que pudo, y después de derramar abundantes lágrimas, salió cierta noche de Diciembre a la calle.

Dos pajaritos extraviados, tiritando de frío, sin ver ningún punto sólido en que posarse, vinieron a descansar un momento sobre el paño de luto que cubría el féretro y que los portadores habían dejado en la saliente de una torrentera, mientras rompían con su cuchillo la nieve helada en sus zuecos de madera. ¡No por qué aquellos pobres pájaros extraviados, buscando asilo y socorro sobre un ataúd, me hicieron derramar lágrimas abundantes! ¡Aquello me recordó, sin duda, cuántas miserias y cuántas tristezas habían encontrado asilo en aquel corazón mientras tuvo vida!

Al llegar junto a , echome los brazos al cuello, exclamando: ¡Es una santa, una esposa de Cristo; es El quien habla por sus labios!, y gemía como un hombre que no osa arrancarse del pecho el dardo con que acaban de herirle. Desde entonces púsose a observaros de lejos, y os vio derramar por todas partes vuestra cristiana bondad.

Vencer las mayores dificultades del verso, sea en la forma, en la transposición o en la rima, derramar la gracia, el chiste, la fina ironía en sus composiciones, es un juego para D. José M. Marroquín. Ha hecho una glosa rimada de los primeros libros de Tito Livio, que no vacilo en considerar como uno de los trabajos más perfectos que en ese género se hayan escrito en nuestro idioma.

Asomaron a sus ojos lágrimas de recelo presente y lágrimas que le hacía derramar la visión lejana de la tragedia: el cadáver de Zumarán tendido en el suelo, el revólver en la mano y un redondel de sangre formando como una aureola a la cara lívida. El señor Molina se quedó perplejo.

A ratos injuriaba con dura frase a la justicia humana, exaltándose, para caer después prontamente en el desánimo y derramar abundantes lágrimas. Su sueño era entonces breve, erizado de pesadillas, como un camino incierto y tortuoso, lleno de obstáculos. Unas veces se le aparecía Riquín, ladeando con gracia la enorme cabeza bonita, fusil al hombro, marchando al paso de soldado.

Aun no bien se supo estaban acampados los indios en aquel cerro, proyectando el asalto de la ciudad, se infundió en todos sus vecinos la generosa resolucion de defenderse, hasta derramar la última gota de sangre: y porque fuesen iguales el valor y la precaucion, ganando los instantes, se colocaron puestos avanzados para observar desde mas cerca los movimientos del enemigo, y cortando las calles con tapias de adobes, que impropiamente han llamado trincheras, se destacaron algunas compañias de milicianos para que guarnecieran sus extramuros.

En la exposición de su carácter licencioso se observan muchas anécdotas y rasgos de su vida, transmitidas, al parecer, por la tradición, que ha aprovechado el escritor para derramar nueva y más interesante luz acerca de la índole del último. No nos es posible hacernos cargo de cada una de estas particularidades, limitándonos sólo á indicar el desarrollo de la acción.