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De su garganta se escapaba un débil y continuo quejido como el de un animal en la agonía. A ratos empujaba convulsivamente la delantera del coche, como si con este esfuerzo le hiciese correr más. A ratos imaginaba saltar fuera y emprender una carrera vertiginosa para llegar antes. Imposible que el infierno haya inventado un suplicio más cruel. Las estrellas brillaban.

Harto presentía Morsamor que el Brahmatma, con gran golpe de gente de guerra, había salido a perseguirle, aunque no había podido hasta entonces darle alcance por la mucha delantera que Morsamor y los suyos habían tomado. Sin tropiezo vi encuentro alguno desagradable, llegaron los que huían a una vastísima e intrincada selva, resplandeciente de lozana pompa y florida verdura.

11 ¿Quién me ha anticipado, para que yo restituya? 13 ¿Quién descubrirá la delantera de su vestidura? ¿Quién se llegará a él con freno doble? 14 ¿Quién abrirá las puertas de su rostro? Los órdenes de sus dientes espantan. 16 El uno se junta con el otro, que viento no entra entre ellos. 17 Pegado está el uno con el otro, están trabados entre , que no se pueden apartar.

En cierta ocasión, estando confesándose, le dijo el cura: «sea usted modesta en el vestir y no haga ostentación de esas naturalezas...». «¿Qué, señor?». «Eso, la delantera». Por esto, al oír hablar de Naturaleza y de pecado, creyó que se referían a aquellas partes que debe cubrir el recato, y dijo escandalizada: «¡Vaya unas conversaciones indecentes que sacan ustedes!». «Indecentes no, hija».

De ninguna manera. Necesita contestar a las cartas y reclamaciones que recibe por todas partes; y las señoras, sobre todo, son las más exigentes en ese día. Debía usted haberme reservado dos palcos, y no he podido obtener más que uno. Me había usted ofrecido una delantera, y sólo he recibido un asiento de primera fila.

Subió Nones, y la dama, después de recomendar al sillero y a otros vecinos que barrieran la delantera de las respectivas puertas, iba a subir también; pero le interceptaron el paso dos sujetos que bajaban. Era el uno don José Ido del Sagrario, a quien no conocerían los testigos de sus románticas hazañas al principio de esta historia, según estaba ya de bien trajeado y limpio.