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Cuando la máquina no daba el resultado apetecido, don Mariano tenía un disgusto, se creía humillado y temiendo que por esto sufriese menoscabo la prez de la civilización moderna, no hablaba del aparato delante de su señora, o viéndose obligado, escurría el bulto, como suele decirse, por la tangente, atribuyendo siempre el éxito desgraciado a su propia torpeza y no a la calidad del invento.

Se congregaron en la Sala de sus Acuerdos los Señores del Exmo.

Los domingos, mi mamá tenía que ponerme la corbata y encasquetarme el sombrero, porque todas las prendas del día de fiesta parecían querer escapárseme del cuerpo. bien te acuerdas. Anda, que también te has reído de . Cuando mis padres me hablaron... así, a boca de jarro, de que me iba a casar contigo, ¡me corrió un frío por todo el espinazo...! Todavía me acuerdo del miedo que te tenía.

Recibiéronle ambos personajes de igual a igual, y con grandes extremos, y después de una corta conferencia, tornó a salir Claudio Molinos muy apresurado. Martínez salió también con gran pachorra, inclinada la cabezota, y las manos y el bastón a la espalda, y quedóse el gobernador muy satisfecho, restregándose las manos chiquitas y regordetas con alguna que otra uña no limpia del todo.

Cuente Vd. con todo lo que penda de los esfuerzos de esta Junta, cuyo desvelo por la conservacion del órden y sistema nacional se mostrará por los efectos. Este ha sido el concepto de proponer el pueblo al Exmo.

Eibar, con la muchedumbre obrera de sus fábricas de armas, liberal y poco religiosa, estaba próxima, y, sin embargo, parecía al otro extremo del mundo, como si los montes que separaban ambas poblaciones fuesen infranqueables. Las casas de Azpeitia ostentaban en todas las puertas grandes placas del Corazón de Jesús.

Intentó cogerlo por los brazos; pero el pobre muchacho se estremeció, lanzando una mirada a su madre, que despertó en ella vergonzosas sospechas. No, no me toque usted, mamá: ¡lejos...! no necesito a nadie... estoy bien. Y cayó como un fardo sobre el mismo sofá en el que por la tarde había visto la arrugada chaqueta como impasible acusadora del adulterio. Juanito se moría.

Las luces del altar, al reflejarse en los oropeles de un luengo cortinón rojo que servía de dosel a la Virgen, brillaban estrellas tembladoras de aquella dulce obscuridad, indicando adónde debían dirigirse los piadosos ojos. Al poco rato de estar allí, parecióme aquel interior menos obscuro y comencé a ver distintamente todos los objetos.

Lo peor de todo, lo que haría saltar al Obispo, era lo que se refería al abuso indecoroso del confesonario. Se contaban horrores; en fin, ello diría. Don Álvaro propuso que las cenas mensuales se suspendiesen hasta el Otoño y suplicó que se guardase el más profundo secreto.

Es esta prenda cierta dulzura agradable de tiernos sentimientos, que nos revela con toda verdad una de las partes más nobles del corazón humano.