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Una noche fuí allá dispuesto a romper, con visible malhumor, por lo mismo. Inés corrió a abrazarme, pero se detuvo, bruscamente pálida. Qué tienes me dijo. Nada le respondí con sonrisa forzada, acariciándole la frente. Dejó hacer, sin prestar atención a mi mano y mirándome insistemente. Al fin apartó los ojos contraídos y entramos.

Hija mía, hay que juzgar las cosas con detenimiento, examinar las circunstancias... ver el medio ambiente... dijo Santa Cruz preparando todos los chirimbolos de esa dialéctica convencional con la cual se prueba todo lo que se quiere. Jacinta se dejó hacer caricias. No estaba enfadada. Pero en su espíritu ocurría un fenómeno muy nuevo para ella.

El lenguaje al par candoroso y achulado de la menestrala, su inexperiencia amatoria y su tipo mitad picaresco y distinguido, le sorbieron el seso; casi llegó a temer haberse enamorado de veras, cuando a las pocas semanas la dejó por otra, no sin endulzarle el disgusto a fuerza de generosidad.

La otra vieja hizo cuanto en ser humano cabe para dar á entender que no tenía apetito; pero de todos los medios que se conocen para probar tal cosa, dejó de emplear el mejor, que es no comer. A tanto no llegaron sus esfuerzos. Paz dió algunos suspiros entre bocado y bocado.

Hubo instantes en que yo temí que la chirimoya reventase en manos de mi amigo, quien, cuando no podía terminar un razonamiento, la apretaba de un modo verdaderamente suicida. Por fin, mi amigo se comió la chirimoya y dejó de hablar de la autonomía catalana. Pedimos la cuenta. Las chirimoyas costaban a cinco pesetas cada una.

Si las costumbres se han modificado, ellas sabrán por qué lo han hecho. Se lucha y se puede luchar contra un ejército por grande que sea; pero contra las costumbres hijas del tiempo, no es posible alzar las manos, y me dejo cortar las dos que tengo, si hay cuatro personas que le imiten a usted.

Tomad la posta, y tanto dure vuestro viaje como la música y letra de vuestro amo. Y esto diciéndole, y pasándole la mano por la boca, como si le pusiese algo en ella, y después inclinándose a su oreja como para encomendarle alguna cosa, lo dejó ir, agarrándose él a la vihuela, la que, rasgueando diestramente, cantó con ella.

Hizo una mueca amistosa a Ramón, que asomaba la cabeza por la puerta de la cocina, a espaldas de la niñera y se dejó arrastrar en su sillita al encuentro de su mamá. Por la noche, durante el sueño, volvió a aparecérsele a Lita su hada madrina. Pero ahora, en lugar de estarse ahí callada mirándola como otras veces, la habló en un lenguaje que parecía una música de campanillas de oro.

Y ahora se van a comer. ¿Y me voy a quedar solo con Blas? No, tonto, Jacinta comerá aquí contigo. Mientras su mujer comía, ni un momento dejó de importunarla: « no comes, estás desganada; a ti te pasa algo; disimulas algo... A no me la das . Francamente, nunca está uno tranquilo... pensando siempre si te nos pondrás mala.

No por ello nos dieron ellos los esclavos cristianos que tenían en la isla. Desde á tres días vino un moro á caballo, viejo, y llegó á un tiro de arcabuz de nuestras trincheras, donde se apeó y hincó un palo en tierra. Dejó allí una carta y alargóse. Fueron por ella y trajéronla al Duque.