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Lo que ocurrió fue el resultado de la fatalidad más deplorable. La bala que disparó el gaucho penetró por la sien derecha en la cabeza del pobre joven y le dejó muerto en el acto. Grande fue el pasmo y profunda la lástima de todos los cómplices en aquel horror. El mismo Pedro Lobo, disipada de pronto su cólera, se sintió afligido.

La de Raynal, refractaria a un corto viaje a Amiens, se dejó seducir por la perspectiva de una expedición elegante, rodeada de un lujo y de unas comodidades que halagaban su orgullo de niña mimada, y el joven agregado de embajada obtuvo un éxito de buen agüero para su carrera diplomática. El carruaje dejó las calles tortuosas de Granville y tomó el camino de Saint-Pair.

Lo que la dejó amilanada fue la amenaza de hablar a su marido y a Pepe, segura de que la menor reconvención de Tirso provocaría una escena agria, quizá un rompimiento y un disgusto gravísimo. ¿Qué podía hacer ella para evitarlo? Nada. Sentía impulsos de contarlo todo al llegar a casa; pero, ¿y luego?

San José... He dicho un proyecto y no un matrimonio... Te dejo absolutamente libre de resolver lo que te acomode, pero quiero... La abuela puso en esta palabra toda su energía. ...Quiero que estés presente en la entrevista.

Pablo se quedó atónito. Evidentemente en su alma pasaba algo extraordinario, porque se volvía de un lado y de otro para cerciorarse de que no estaba soñando. Pero un instante después, y oyendo que la madre de Carmen, con las manos juntas en actitud suplicante, decía: ¡Pablo, perdónala! dejó escapar de sus ojos dos gruesas lágrimas, e hizo un esfuerzo para hablar.

Volvía a ver con el pensamiento los tiempos difíciles que había atravesado, y que apenas alumbraron algunos rayos de sol. Hacía seis años ya que su padre le dejó solemnemente, en su condición de hijo mayor, la granja, la antigua propiedad familiar, para retirarse a la pequeña ciudad y llevar en ella una vida apacible y cómoda.

Y sucedió que de repente, en una noche de mucho calor, salió de la tierra, delante de las seis ventanas, un roble enorme con ramas tan gruesas y tanto follaje que dejó a oscuras el palacio del rey. Era un árbol encantado, y no había hacha que pudiera echarlo a tierra, porque se le mellaba el filo en lo duro del tronco, y por cada rama que le cortaban salían dos.

Se dejó caer a los pies de Laura, se arrastró sobre las rodillas y se puso a decir, mientras abundantes lágrimas brotaban de sus ojos, y le caían por las mejillas: ¡Oh señorita, tened compasión de mi desgracia! perdón, perdón, para una pobre mujer. Maldecidme, tomad mi fortuna, pero no me entreguéis a la justicia. Seré pobre, me arrepentiré de mi crimen.

Y ese es el destino cruel del enamorado monstruo, que soy yo; estar petrificado, a una distancia infranqueable de la amada y haciendo gárgaras. Esto último constituye un rasgo humorístico, que cierra la composición. Lo cómico es siempre chabacano y despreciable. Lo humorístico es un modo poético. ¿Que cuál es el nombre de la dama? Jamás lo declararé. Antes dejo que me desuellen vivo....

Y el Obispo las iba llamando por rigorosa antigüedad, como en una peluquería, sin tener en cuenta si eran amas o criadas. «Era demasiado hacer el apóstol». Se le dejó. Pronto se vio rodeado nada más de populacho madrugador.