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La señorita Margarita, á pesar de su incompetencia, no dejaba de señalar sucesivamente á mi atención todos los encantos de aquel paisaje severo y dulce, acompañando, sin embargo, cada una de sus observaciones con una reserva irónica.

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La estremidad no la podía ver, oculta por una nube que dejaba trasparentar luces y auroras... Hacía trece años día por día, hora por hora casi que se había muerto allí su madre en medio de la mayor miseria, en una espléndida noche en que la luna brillaba y los cristianos en todo el mundo se entregaban al regocijo.

y mis labios hundía en tus cabellos, y, loco de pasión, dejaba en ellos un enjambre de abejas osculares. Poeta ruiseñor: en las difusas alegorías tuyas misteriosas, hay un aletear de mariposas y la atracción de estrofas inconclusas. Exquisito cantor: en las profusas bellezas exquisitas de tus glosas como en un lecho de fragantes rosas se extenuan de amor las nueve musas.

El clamor público obligó, por último, al rey de España a darle un sucesor, retirándose el Duque murmurando de la debilidad de un soberano que no le dejaba concluir la gloriosa obra a que había dado principio. Y aunque le seguían las maldiciones del pueblo, no obstante conservaba en su tranquila conciencia la satisfacción interior y el convencimiento íntimo del bien que había realizado.

Puesto que la señorita Guichard se daba cuenta de su estado, todavía era posible curarla. Si se la dejaba entregada á misma, los irresistibles impulsos de su carácter batallador la arrojarían á cometer excesos que serían causa de cuidados y penas para Mauricio y Herminia. Era preciso á toda costa apoderarse de ella.

Aparecía en ellas, ya una joven desesperada, que se dejaba enterrar viva por evitar un casamiento aborrecido, ya un amante desdichado, que moría como un ladrón en la horca por no ofrecérsele otro medio de salvar el honor de su damaEn el siglo XVII reinó con mayor fuerza este gusto dramático, y en vez de tragedias y comedias regulares, se vieron sólo en Italia las Azioni, llamadas generalmente reali, reali comiche ó tragiche-comiche, que eran todas traducciones serviles ó imitaciones exageradas de comedias españolas .

Abierto y caído el hábito desde los hombros hasta la cintura, dejaba descubiertas las espaldas, que aparecían cárdenas y ensangrentadas, dejando correr hilos de sangre que manchaban la túnica y goteaban sobre el suelo.