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Pues mira, eso es un insulto, una injusticia, porque si las he sofocado otras veces no ha sido por el materialismo del dinero, sino porque me gusta ver cumplir á la gente... para que no se diga.... Debe haber dignidad en todos. ¡A fe que tienes buena idea de mi!... ¿Iba yo á consentir que tus hijos, estos borregos de Dios, tuviesen hambre?... Deja, déjate el dinero.... O mejor, para que no lo tomes á desaire: partámoslo y quédate con veinticinco reales.... Ya me los darás otro día.... ¡Bribonazas, cuando debíais confesar que soy para vosotras como un padre, me tachais de inhumano y de qué yo qué!

Pronto se vieron lágrimas resbalando sobre el betún, llanto que al punto se volvía negro. «Te voy a matar, grandísimo pillo, ladrón...». Estos son los condenados charoles que usa la señá Nicanora. Pero, ¡re Dios!, señá Nicanora, ¿para qué deja usté que las criaturas...?». Una de las mujeres que más alborotaban se aplacó al ver a las dos damas.

SANCHO. No, señor; Que en dos rocines venimos Pelayo y yo. PELAYO. Y los cortimos Como el viento, y aun mijor. Verdad es que tiene el mío Unas mañas no muy buenas: Déjase subir apenas, Echase en arena o río, Corre como un maldiciente, Come más que un estudiante, Y en viendo un mesón delante, O se entra o se para enfrente. REY. Buen hombre sois. PELAYO. Soy, en fin, Quien por vos su patria deja.

A la misma puerta del templo parábase de cuando en cuando una berlina blasonada, y lentamente se apeaba de ella una dama; cuanto más poderosa menos engalanada, mostrando en los ojos la soñolencia que deja el trasnochar, y en el rostro marchito las huellas ardorosas de la atmósfera de las fiestas.

Clementina, en cuanto a conducta, vale tanto como yo ... menos que yo, porque al fin y al cabo soy libre, y ella no.... Pero tienes menos vergüenza que ella.... ¡Qué se puede esperar de un hombre que se pone de rodillas delante de una p... y se deja abofetear por ella! Lo mismo que de todos esos pendones viejos que irán a tu baile y que nos pueden poner a nosotras escuela de porquerías.

Impresionado por el espectáculo que acababa de presenciar, no pude menos de dirigir in mente amargas recriminaciones a la patria que deja perecer de hambre a todo el que se dedica al cultivo de las letras y las artes y ensalza y pone sobre su cabeza a cualquier necio que se engolfa en la política sin más equipaje que su desvergüenza.

Está cosido a las faldas de su bella cuñada; responde otro con aire burlón. ¡Deja en paz a mi cuñada! le dice Juan frunciendo el entrecejo. El tumulto lo disgusta, los gritos roncos lo ensordecen, las bromas torpes le hacen mal. Bebe apresuradamente dos vasos de cerveza fresca, y sale, librándose con gran trabajo de las instancias importunas de sus camaradas.

Deja eso dijo, acercándose a su amiga . No hablemos de otros; hablemos de nosotros. Estás guapísima.... ¿Ahora... con esas? Tontina... si no fueras tan desconfiada.... ¿Qué novedades son estas? preguntaron los labios y la lengua de placas de acero. Novedades... ¿las llamas novedades... ingrata? Don Álvaro acercó su rostro al de la dama golosa. Nadie pasaba por la calle.

Después, volviéndose a derecha e izquierda, busca un apoyo para su cuerpo. Apóyate contra dice él. Y ella deja caer su cabeza sobre el hombro de Juan.