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Nosotros sentiriamos remordimiento si entrásemos en el exámen de esta sociedad con una intencion egoista. ¡No! Por respetos al pueblo francés, por decoro á nuestro país, por nuestro propio honor, como escritores públicos, no harémos lo que hacen los franceses, con lo cual probarémos, que si no somos tan refinadamente cultos, somos al menos más clásicamente cristianos.

Si le hubiese sido lícito representar comedias, quizás no hubiera hecho otra cosa en la vida, pero como le estaba prohibido por el decoro y otra porción de serias consideraciones, procuraba buscar otros caminos a la comezón de ser algo más que una rueda del poder judicial, complicada máquina; y era cazador, botánico, inventor, ebanista, filósofo, todo lo que querían hacer de él su amigo Frígilis y los vientos del azar y del capricho.

Puedes firmar por dieciséis mil. No digas que no, rico mío. Completa tu sacrificio. Necesito algún dinerillo para pagar ciertas cuentas, y además, las Pascuas vamos a pasarlas en nuestra casa de Burjasot; vendrán amigos, y hay que quedar bien. Ante todo, el decoro de la familia y no caer en el ridículo.

¡Jacobo!... ¿Te habías pensado que por el solo hecho de ser buena había de ser tu mujer siempre mártir?... La paciencia tiene un límite que marca a veces el decoro, y ¡ay de las zorras el día en que las gallinas se cansen de ser gallinas!...

Sale aquí la mañana mensajera del Sol, y es su carroza tan suave al oido, que de sola la luz siento el sonido. ¡O santas soledades, retratos del sagrado paraiso! no son las vanidades quien vuestro lustre y majestad deshizo: vosotras con decoro hollais la plata y despreciais el oro.

Oída la historia de la vieja, la hermosa Cunegunda la trató con toda la urbanidad y decoro que se merecia una persona de tan alta gerarquí y tanto mérito, y admitió su propuesta.

Fueron necesarias dos nuevas Cédulas Reales y que el Gobernador general desatendiese el parecer de la Junta de autoridades para que los jesuitas viesen conseguidos sus deseos en 1718, medida que en aquella ocasión era la que demandaba la seguridad del país y exigía el decoro nacional.

Retirose la dueña, y D. Evaristo volvió a su tema: «Lo primero que has de tener presente es que siempre, siempre, en todo caso y momento, hay que guardar el decoro. Mira, chulita, no me muero hasta que no te deje esta idea bien metida en la cabeza. Apréndete de memoria mis palabras, y repítelas todas las mañanas a renglón seguido del Padre-nuestro». Después le entró tos.

No se negaba a asistir a los bailes, tertulias y otras fiestas que en el lugar se daban. Había ido a las ferias de los lugares cercanos y a algunas romerías, y no esquivaba la conversación de las gentes, aunque con tan juicioso y bien templado decoro, que atinaba a desechar la familiaridad excesiva, sin ofender al vidrioso y sin alentar al audaz y confiado.

Pues oye también el último ¡ay! del moribundo, que va a la eternidad, mientras que el doctor corre a embromar a otro con su disfraz de sabio... Ven a ese otro barrio. ¿Qué es eso? Un duelo. ¿Ves esas caras tan compungidas? . Míralas con este anteojo. ¡Cielos! La alegría rebosa dentro, y cuenta los días que el decoro le podrá impedir salir al exterior.