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Y rápidamente, sin tomar aliento, como si arrojara lejos de un peso asfixiante, disparó las pretensiones de doña Manuela, aquella demanda de quince mil pesetas, cantidad necesaria para salvar la honra de la familia. Y bien, muchacho: ¿qué es lo que quieres decirme con todo esto? Que usted... como hermano... como tío mío que es, podía....

Porque a me parece, ¡anda, Lucía, puedes decirme de eso! a me parece que cuando un hombre nos quiere, debemos como vernos en sus ojos, así como si estuviéramos en ellos, y dos veces que he visto de cerca a Pedro Real, pues no me ha parecido encontrarme en sus ojos. ¿No es, verdad, Lucía, que cuando a uno lo quieren le sucede a uno eso?

No qué se fue, que, en acabando de decirme esto, se le llenaron los ojos de lágrimas y un nudo se le atravesó en la garganta, que no le dejaba hablar palabra de otras muchas que me pareció que procuraba decirme.

Y viendo que la chica le miraba cada vez con más sorpresa: ¡Abre los ojos, tunanta... abre los ojos!... Acaba de decirme que quiere ser tu marido. Rosa frunció repentinamente el entrecejo, y después de un instante de vacilación, en que temblaron sus labios, como para decir muchas cosas a la vez, dejó escapar estas palabras secamente: Falta que yo quiera ser su mujer.

Su mujer y Margalida habían ido otra vez a la ermita de los Cubells: el muchacho las acompañaba. Comió Febrer con buen apetito, por haber pasado la mañana en el mar desde que rompió el día; pero el aire grave del payés acabó por preocuparle. Pep: quieres decirme algo y no te atreves dijo Jaime en dialecto ibicenco. Así es, señor.

Sin tu cuñado dijo el ama. ¿Y dónde está? ¿Se quedó en el lugar? ¿Por qué no viene? Lo ignoro. Sólo que tu hermana está llorando como jamás la he visto llorar. Sin duda ha ocurrido alguna gran desgracia. Beatriz nada ha querido decirme; pero algo ocurre de muy grave y lastimoso. Levántate, hija. Ve a consolar a tu hermana y a saber la causa de su dolor.

Sin embargo, podemos dejarlo para otro día... Yo quisiera que nuestra conversación fuese sin testigos. ¡Si el padre Laguardia es mi director espiritual! exclamó el piadoso joven volviendo hacia éste su rostro iluminado por una sonrisa de afección filial y sumisión. Cuanto puedas decirme no importa que sea escuchado por él. Si no tiene importancia, porque es indiferente que lo sepa.

Mejor harías de decirme qué te pareció aquel joven moreno que estaba ayer en el rosario al lado de la señorita de Sarcicourt. Un joven moreno... en el rosario... al lado de la señorita de Sarcicourt... No le reparé. , , recuerda bien... ¡Dios mío! otro pretendiente... ¿Por qué no?

Y si alguien osaba decirme entonces que Getafe no era una nación, yo le preguntaría qué es lo que él entendía por tal y, como no podría definirme el concepto de nación, le habría reducido al silencio. El nacionalista a quien he aludido antes tiene de las naciones una idea mucho más respetuosa que la mía. Pero usted mismo me dice ; usted es un celta. No le respondo . Yo no soy un celta.

Estoy contemplando á la monarquía, señor contestó Quevedo ; contemplando en vuestra majestad á la gran monarquía española en ropilla. Frunció el rey el entrecejo. ¿Y era todo eso lo que teníais que decirme con tanto empeño? , señor. Pues si ya me lo habéis dicho, idos dijo un tanto contrariado el rey. Si vuestra majestad me lo permite, le diré más. Decid.