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No hay nada que más me cargue que esto... decirle a uno que le van a preguntar una cosa y después no preguntársela. Se queda uno confuso y haciendo mil cálculos. Eso, eso, guárdalo bien... No le caerán moscas. Mira, hija de mi alma, cuando no se ha de tirar no se apunta. Ya tiraré... tiempo hay, hijito. Dímelo ahora... ¿Qué será, qué no será?

Sin quejarse tampoco los recibió el capellán, y en cuanto pudo se dió á correr como un gamo hacia la tapia y la saltó con agilidad increíble. En aquel momento llegó Linón con su trabuco y en calzoncillos. D. Félix le metió la boca por el oído para decirle: Es un mozo que venía á galantear á Flora. El adusto Linón sonrió en la oscuridad.

Pero le he oído a usted calificar de malhadado el asunto principal, y me voy a tomar la libertad de decirle que no hallo el calificativo arreglado a justicia. ¡Canástoles!... ¿Cómo que no? Pues como que no. Yo tenía mis planes, señor don Claudio; yo tenía mis planes. Corriente: tenía usted sus planes.

Pero de algún tiempo a esta parte me mira y me habla con una severidad a la cual no me tenía acostumbrado, sin duda por mi tardanza en decirle lo que hoy le escribo, ¿no es verdad? » es así, me lisonjeo de haber hallado para justificarme un medio muy sencillo que me ha proporcionado usted mismo.

¡Si usted tuviera la bondad de ser un poco más franco! se atrevió a decirle don Simón. ¡Pssée! refunfuñó don Zambombo . ¡Como tampoco ustedes lo son!... ¿Cómo que no? Es la verdad. Y si no, a verlo vamos. Yo me comprometo a votarle a usted con todos mis amigos... Muchas gracias, señor don Jeromo. Con tal de que usted se comprometa a otra cosa.

Púsose un mantón, bajó, entró en casa de las Porreñas, tocó, le abrieron, y se encaró con la faz majestuosa de María de la Paz Jesús, que de muy mal talante le preguntó: ¿Qué quiere usted? Venía á ver al amo de esta casa para decirle una cosa, dijo Rosalía entrando. ¡Qué irreverencia! pensó María de la Paz, viéndola entrar de rondón. Salomé, una luz.

Aún más, ¿por qué te faltan el orgullo y la fuerza? ¿Por qué no puedes decirle: «Refúgiate a mi lado; si tu corazón tiembla, en encontrarás nuevas fuerzas, velaré sobre ti y sostendré tus pasosHe ahí lo que habrías hecho , hermana; no, no me contradigas.

Mis manos están puras, y en el día del juicio final, cuando se pesen nuestros actos, podré presentarme osadamente ante el trono de Dios Todopoderoso y decirle: «Cúbreme con tus más blancos ropajes, pón en mis hombros las alas de cisne más delicadas y déjame colocarme en la primera fila, pues poseo una hermosa voz, a la cual sólo falta un poco de ejercicio para honrar al paraíso

Quieres ver á Doña Blanca, y la verás, pero con menos peligro de lances y de escándalo. Pasado mañana va D. Valentín á la casería con el aperador, á vender unas tinajas de vino. Entonces podrás ver y hablar á Doña Blanca. Para evitar mayores males, te llevaré yo mismo. Yo entretendré á Clara á fin de que hables á solas con Doña Blanca y le digas cuanto tienes que decirle.

Ven, hijo mío díjole al verle entrar, y dime también lo que tengas que decirme. En dos palabras voy a decirle a usted, no lo que me ha traído a verle, pues lo que me trae aquí es el deseo de aprovechar este único día que nos concede en un mes, sino el asunto de que tengo que hablarle...