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Al vernos entrar, volviose bruscamente, abandonó su asiento, y pude ver entonces que su rostro estaba cubierto de lágrimas. Meyerbeer se estremeció de alegría, y, sin decirle una palabra, le estrechó la mano con ademán afectuoso, como para darle gracias.

Acusaban todos á las libertades de la pluma sin decirle nada nuevo, que «la experiencia le tenía enseñado que hiere más que la espada :» ¿no podrían con la pluma cauterizarse las heridas?

La monja que había reprendido a su compañera se destacó del grupo para decirle: Madre, la hermana Luisa acaba de jactarse de coser mejor que la hermana Isabel y se ha impacientado mucho porque le dije que no debía hacerlo. ¿Es verdad, hija mía? preguntó en tono severo la superiora. La hermana Luisa bajó la cabeza.

Lo decía sonriendo, pero a través de su incredulidad adivinábase cierto respeto por la ciudad lejana y misteriosa, urbe de maravillas y tesoros de la que hablaban continuamente los emigrantes. El marido movió la cabeza con autoridad, y sus ojos parecían decirle: «Mujer, que estás cansando al señor... Vosotras no entendéis nada de nada».

El mismo día de mi encuentro con Oliverio, al regresar del colegio, me apresuré a decirle a mi tía que ya tenía un amigo. ¿Un amigo? exclamó. Te apresuras un poco tal vez, mi querido Domingo. ¿Sabes su nombre, su edad? Le referí cuanto sabía de Oliverio, pintándole con los colores amables que a primera vista me habían seducido; pero sólo el nombre bastó para tranquilizar a mi tía.

Abocose a ella la comandanta, como un edecán de parada, para decirle que en la calle, frente al mismo portal, se había puesto un condenado pianito, tocando jotas, polkas, y la canción de la Lola; que esto era una irreverencia y no se podía consentir.

Parado frente a la jaula del leopardo, que duerme tranquilo en un rincón, el quinto suele decirle en tono de zumba: «¡Anda , dormidor! ¿No te cansas de dormir, tuno? ¿Estás a gusto, eh gran ladrónPasa inmediatamente a la del león y vierte sobre él otra granizada de chistes. «¡Miale, miale, qué boca abre el cochino! ¿Nos almorzarías de buena gana, verdad?

Su mirada risueña y dulce, fija en la de su compañero, parecía decirle: «¿Qué mejor juego que estar juntos? Disfrutemos de este bien que siempre nos han dado con tasa». En vista de tan cariñosas disposiciones, Perucho se entregó al placer de halagarla a su sabor.

-Ya tarda en decirle vuestra merced, señor don Quijote -dijo el cura. -No querría -dijo don Quijote- que le dijese yo aquí agora, y amaneciese mañana en los oídos de los señores consejeros, y se llevase otro las gracias y el premio de mi trabajo.

Elena se inclinó al oído de Clara para decirle muy bajo: ¿No te he dicho yo que era un lobo? ¡Mira qué pronto le ha conocido Tristán! Clara llevó el pañuelo a la boca para no soltar la carcajada. No tanto, Tristán, no tanto replicó Reynoso . Existe mucho egoísmo en el mundo, pero existe también mucho amor. Los hombres amamos más de lo que pensamos.