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Además, presumía con fundamento que Martínez, un antiguo oficial suyo, trataba de instalar una tienda de calzado de fábrica en la misma calle. «¿Calzado de fábrica? pensó Belarmino, desviándose del camino recto ; buen calzado será ése que no está hecho a la medida. Como si una máquina pudiera hacer zapatos decentes. ¡Pazguatos!

Y ella no disimulaba su barbarie; por el contrario, manifestaba con graciosa sinceridad sus ardientes deseos de adquirir ciertas ideas y de aprender palabras finas y decentes. Cada instante estaba preguntando el significado de tal o cual palabra, e informándose de mil cosas comunes. No sabía lo que es el Norte y el Sur. Esto le sonaba a cosa de viento; pero nada más.

Desnoyers contestaba indignado: Eso de Bélgica es una traición... Y una traición nada vale entre personas decentes. Lo decía de buena fe, como si la guerra fuese un duelo donde el traidor quedaba descalificado y en la imposibilidad de continuar sus felonías. Además, la heroica resistencia de Bélgica le infundía absurdas ilusiones.

Muchos pasaron antes que sus hijas durmieran en camas; muchísimos antes que cubrieran sus lozanas carnes con vestidos decentes. Dábales de comer sobria y metódicamente, haciéndose partidaria en esto de los preceptos higiénicos más en boga; pero la comida en su casa era triste, como un pienso dado a seres humanos.

Pero Villalonga y Santa Cruz lo pasaron peor, porque el primero recibió un sablazo en el hombro que le tuvo derrengado por espacio de dos meses largos, y el segundo fue cogido junto a la esquina del Teatro Real y llevado a la prevención en una cuerda de presos, compuesta de varios estudiantes decentes y algunos pilluelos de muy mal pelaje.

En presencia de Atilio y de Novoa era menos locuaz, temiendo sus comentarios. Por el gusto de hacerle rabiar le recordaban el entusiasmo de los tradicionalistas españoles en pro de Alemania. Castro hasta fingía extrañarse de que no fuese germanófilo, como todos sus amigos políticos. Yo estoy donde debo estar contestaba don Marcos con dignidad . Soy un caballero, y estoy con las personas decentes.

Heme aquí frente a un turco por una imperdonable torpeza; porque yo no tengo motivos para querer mal a ese pobre muchacho... La chica, por otra parte, me es del todo indiferente... ¡Que se la quede en buen hora! ¡Degollarse dos personas decentes por la señorita Victorina Tompain!... El maldito puñetazo es lo que no tiene arreglo...

Esto es absurdo decía De Pas . ¿Quiere usted ser el Obispo de Los miserables, un Obispo de libro prohibido? ¿Hace usted eso para darnos en cara a los demás que vamos vestidos como personas decentes y como exige el decoro de la Iglesia? ¿Cree usted que si todos luciéramos pantalones remendados como un afilador de navajas o un limpia-chimeneas, llegaría la Iglesia a dominar en las regiones en que el poder habita?

¡Oh!, , ¡qué dirán los marqueses de Relimpio! No son marqueses, pero son personas honradas. ¿Quieres ir esta noche al Teatro Real?». ¡El teatro Real! Otro golpe mágico en el corazón y en la mente de la sobrina del Canónigo. «Pero a eso que llamas paraíso, ¿van personas?... ¿Personas decentes?... Lo más decente de Madrid, la flor y nata».

Debo tomar el tren y marcharme a Córdoba. ¿Y con qué dinero, Virgen Santísima? Vaya, que mi tío se porta... Tantas promesas y tan poca substancia. ¡Ah! ¡Señor Canónigo, cómo se conoce la avaricia! Temo presentarme a mi abuela con esta facha innoble. Ya mis botas no están decentes, ya mi vestido está muy cesante, como dice la Sanguijuelera.