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Esto lo decía Luisa, subida en una silla, de espaldas á Montiño, clavando clavos en la pared y dejándole ver el pie más pequeño y el principio de unas piernas lo más bonito que podía darse.

Era además hombre que miraba con extraordinaria penetración a las personas con quienes hablaba, y que para aprobar y afirmar decía siempre: Mucho, mucho, y para negar empleaba irrevocablemente la frase no hay tal cosa, ni ese es el camino. No usaba más que una comparación. Para él, todo era... como la luz del mediodía.

En un segundo pasó por mi mente un huracán de pensamientos confusos y contrarios de incertidumbre y de infinitos escrúpulos... Mi padre me miraba con fijeza... Entonces, señor cura, me pareció que una voz interior, la de mi conciencia, me decía al oído: «No cometas una traición.» Y respondí con firmeza: No. Entonces, puedo tranquilizar a Máximo dijo mi padre, que acaso esperaba otra cosa.

En seguida se metió con su familia y con su tesoro en la diligencia, y se largó a Madrid; buena escuela, como él decía, para tomar aire y tono que lucir después en la ciudad.

La carta abierta, que llevaba la firma de Amaranta, decía así, después de las fórmulas de encabezamiento: «¿Eres un malvado o un desgraciado? En verdad no qué creer, pues de tu conducta todo puede deducirse.

Yo me senté entre los patrones y tomamos café y ron. Shempelar, el del astillero, sacó a relucir una canción que se repitió hasta el mareo. La gracia de la canción consistía principalmente en que se refería a un capitán piloto y se hablaba de un Shanti. En el fondo, la canción no decía nada; ¿pero eso qué importa? Casi siempre, y aunque parezca absurdo, cuando menos dice una canción es mejor.

¡Tonto, borricote, incapaz de sacramentos! contestaba su dulce consorte desde el gabinete. ¿No ves que estás afeitado ya? ¡Pues es verdad! decía el buen señor palpándose la cara.

22 Y David dejó de sobre la carga en mano del que guardaba el bagaje, y corrió al escuadrón; y cuando llegó, preguntaba por sus hermanos, si estaban buenos. 24 Y todos los varones de Israel que veían aquel hombre, huían delante de él, y tenían gran temor. 25 Y cada uno de los de Israel decía: ¿No habéis visto a aquel varón que sube? El sube para deshonrar a Israel.

Por la noche, aquél me vino a pedir que consintiese poner en mi cuarto otra cama para un joven que acababa de llegar de Málaga. ¡Pero, hombre de Dios, si apenas puedo revolverme yo! Pues no había más remedio. El inventor tenía o decía tener con aquel joven un compromiso ineludible, y se empeñaba, con humildad, , pero también con firmeza, en que se pusiera la cama.

Lo que hacía el muy farsante era saborear de antemano lo que se le aproximaba y ver de qué manera decía a su madre con el aire más grave y filosófico del mundo: «Mamá, he meditado profundísimamente sobre este problema, pesando con escrúpulo las ventajas y los inconvenientes, y la verdad, aunque el caso tiene sus más y sus menos, aquí me tiene usted dispuesto a complacerla».