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Quilito se debatía, diciendo que, puesto que había deshonrado las canas de su padre, debía sufrir el condigno castigo; que él no se atrevería ya a afrontar su mirada, y que la idea que Susana, su adorada Susana, conociera su delito, le enloquecía... No, yo no podré resistir esto, no podré, no podré.

Al verse solo en la popa de la goleta, sintió una repentina inquietud. «¿Qué has hecho?... ¿qué has hecho?», clamó una voz en su cerebro. Pero contemplando á los tres viajeros y al muchacho que habían quedado como única tripulación, olvidó sus remordimientos. Debía moverse mucho para suplir esta falta de brazos.

Este momento creía yo que se debía aprovechar para atravesar la barra; pero los hombres estaban rendidos. Yo empecé a ver la cosa mal; los hombres se encontraban jadeantes, demasiado cansados para hacer un esfuerzo verdadero y eficaz. Nuestra inquietud iba en aumento; la moral de nuestros remeros desfallecía. A me sostenía la idea de la responsabilidad.

¡Quién le hubiera dicho a Ronzal que él debía el verse diputado de la Comisión a una de estas sabias combinaciones!

Esta última calle, en donde vivió también Lope de Vega, lleva hoy el nombre de calle de Cervantes, que debía corresponder á la calle del León, puesto que la puerta de la casa en donde vivía nuestro gran poeta tenía su entrada por ésta.

Muy distraída o muy afanada debía de andar Garuda, cuando no se mostraba en la margen de la laguna a donde Poldy iba a buscarla de diario. El indio seguía también tan invisible como Garuda. Poldy languidecía de impaciencia, e imaginaba en ocasiones que iba a marchitarse su juventud como entreabierta rosa, en cuyo seno, donde no cayó el rocío, penetran los rayos del sol en la estación estiva.

Cuanto a Flavia, debía permanecer en Tarlein hasta que el Rey le enviase nuevas instrucciones. Así había preparado Sarto las cosas mientras se reponía un tanto el Rey, después de haber escapado casi por milagro de las asechanzas de su inicuo hermano.

Una locura grosera de algunos meses. Después un dejo de remordimiento mezclado de asco de mismo; verse despreciable, bajo, insufrible; y después ira y orgullo, y ambición vulgar y huracanes en la Curia eclesiástica. No, no. La Regenta debía de ser otra cosa. Había que hacer a toda costa que aquello no pudiese degenerar en amor carnal que se satisface.

Por lo que veía, era muy blanca, y debía de seguir siéndolo; no, no eran polvos de arroz; era blancura sana, cutis inglés, una verdadera frescura y una hermosura a prueba de tijeras.

¿Vos torpe? ¡Si no os entiendo!, á no ser que el decálogo del amor empezase de esta manera: el primero, amar á la condesa de Lemos sobre todas las cosas. Bien decís que sois torpe; el decálogo del amor debía decir: el segundo no galantear en vano. Porque que en vanísimo enamoro, digo que viniendo á la corte, me entierro.