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Pesándome hablar siempre en español, tengo amigos franceses sólo para hablar en francés una hora al día; me trato con los operistas para hablar una vez a la semana en italiano; aprendí griego por conocer una lengua que no habla nadie; y sufro las impertinencias de un inglés a quien trato, por darme a entender en el idioma en que decía Carlos V que hablaría a los pájaros.

Pues sírvale de gobierno que ese hombre no está en un correccional, por un milagro de Dios. Quedéme estupefacto. Observólo el médico y me dijo echándose a reír: No vaya usted a creer que se trata de otro pájaro por el estilo del hidalguete de Promisiones. Me parece que con las señas que empezaba usted a darme...

Mire vuestra merced, señor gobernador, la poca vergüenza y el poco temor deste desalmado, que, en mitad de poblado y en mitad de la calle, me ha querido quitar la bolsa que vuestra merced mandó darme. -Y ¿háosla quitado? -preguntó el gobernador.

De vez en cuando llegaban a la nariz fuertes tufaradas de azahar, que casi le suspendían a uno los sentidos. Pues no hallé, como digo, medio mejor para llegar a la calle de San José que ir preguntando a los que cruzaban. Y cierto que no me pesó de ello. Todos me respondían con extremada cortesía y se paraban a darme cuantas noticias juzgaban necesarias.

Ya le parece que me está viendo en el altar, al que está convenido que debe conducirme nuestro primo el comandante Harmel. Yo creí que aquí se detendrían los arreglos futuros, pero nada de eso. Al darme, hace un momento, el beso de la noche, la abuela me ha preguntado muy seria si me gusta más el terciopelo o el raso... ¿Para qué, abuela? Para tu traje, hija mía, para tu traje de boda.

Otras veces, cuando paseaban juntos por el Retiro y llevaban largo rato sin despegar los labios, decía Miguel: ¿A que no sabes, Perico, para lo que me sirves en el paseo? ¿Para qué? Para darme sombra. En efecto, Mendoza era tan alto y tan gordo, que la figurilla de Rivera se resguardaba perfectamente detrás de él.

Ansí que, señor mío, estas honras que vuestra merced quiere darme por ser ministro y adherente de la caballería andante, como lo soy siendo escudero de vuestra merced, conviértalas en otras cosas que me sean de más cómodo y provecho; que éstas, aunque las doy por bien recebidas, las renuncio para desde aquí al fin del mundo.

En el momento que encontré a aquel marinero estaban cerrando el puerto. Yo no conocía a nadie, y me alegré de relacionarme con alguien que pudiese darme una orientación. Le dije a mi nuevo conocido que no tenía plaza en ningún barco, que deseaba ir a América, y le enseñé mis certificados de buena conducta. El hombre me dijo: No se apure usted.

Lo dicho, te convido... pero tienes que darme algo también: me darás un beso.

Se limitó á darme la negativa más fría y más rotunda, agregando que si cierto caballero cuidaba de pedirle el velo, se lo entregaría; de lo contrario, no se lo daría á nadie. No tengo la menor idea de quién sea ese mortal afortunado. ¿Y , Roger? ¿Sabes á quién ama? Ni lo sospecho siquiera, contestó Roger; y sin embargo, al decir aquellas palabras se despertó en él una gratísima esperanza.