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Era para darle de palos y mandarle a la cuadra. Pero al mismo tiempo... ¡cuán sencillo y generoso!

¡Vaya una desgracia! «Para tomar mujer no se reniega de la madre», decía Napoleón; se puede muy bien ser buen marido y buen soldado. ¿Verdad, tía Liette? ¡Anda! ahora llamo a usted también yo tía Liette... Dispénseme usted, señorita, y permítame darle un beso sin embargo...

Quien se atreve á todo; quien, arrastrándose delante de todo el que puede darle algo, practica los más bajos oficios; quien no se detiene ni ante lo más alto, ni ante lo más grande; quien se atreve hasta á su majestad la reina, no contándome á , que soy su dama de honor, y simplemente condesa de Lemos.

En el puente de la piragua más cercana se distinguían varios hombres ocupados en las maniobras de las dos velas, y muchos otros aplicados a los remos. De cuando en cuando se oía una voz que gritaba: ¡miro! ¡miro!; pero el Capitán se guardaba muy bien de darle crédito.

Se la daré y aprovecharé la ocasión para darle un desengaño dijo doña Clara, como obedeciendo á un pensamiento repentino. Pues bien, tomad; guardadlo y hablemos de otra cosa. Del cambio que me han dicho se ha efectuado en palacio. Ha pasado tanto en mis asuntos propios dijo doña Clara , he estado tan poco desocupada en todo el día, que no he tenido tiempo para pensar en nada...

No hay que darle vueltas; somos una raza inhábil hasta no poder más». Don Baldomero decía con acento de tristeza una cosa muy sensata: «¡Si D. Juan Prim viviera...!». Juan y Samaniego se apartaron del corrillo y charlaban con Jacinta y doña Bárbara, tratando de quitarles el miedo. No habría tiros, ni jarana... no sería preciso hacer provisiones... ¡Ah! Barbarita soñaba ya con hacer provisiones.

Poco después salió la comitiva, precedida de la campanilla, entre la calle formada por mujeres arrodilladas, con velas o sin ellas. Se sintió que bajaba, que salía y se alejaba por la calle. Cuando ya no se oía más el tilín, Guillermina, cesando de rezar, acercó su cara a la de Mauricia y empezó a darle besos.

La arrendataria, que había sido nodriza de la señorita Margarita, estaba enferma y proyectaban hacía largo tiempo darle este testimonio de interés. Partimos á las dos de la tarde. Era uno de los más ardientes días de verano. Las dos portezuelas abiertas dejaban entrar en el carruaje los espesos y abrasadores efluvios que un tórrido cielo vertía á torrentes sobre los secos arenales.

El muchacho, sin hacer caso, presa de un terror pánico, redobló sus esfuerzos, tratando de perderse en las callejuelas próximas á la catedral. Pero Velázquez, más ágil, no tardó en darle alcance, poniéndole una mano sobre el hombro. ¿Qué es eso, hijo, por qué corres tanto? El chico retrocedió asustado, arrojándose contra la pared de una casa.

Su liberalidad era conocida y loada por toda la ciudad. No le arrastraba a jugar el ansia del dinero, sino una decidida y desinteresada vocación que se había sobrepuesto en él a todas las demás aficiones. Era el suyo un temperamento excesivamente activo, sin inteligencia ni voluntad para darle un fin serio y útil.