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Yo no cesaba de instarle para que mi padre tuviese noticia del proyecto. No se oponía abiertamente a ello, pero lo iba dilatando. Por fin, cuando llegó el momento de realizarlo, me dijo que creía más prudente no darle parte. El pobre iba a tener un disgusto muy grande.

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Al matrimonio dio en llamársele «el aumento del contingente,» y algunos llevaron su procacidad hasta darle tal nombre delante de su futuro yerno. Fácil es de concebir cuánta saliva habría tenido que tragar antes de perder, como lo hizo, una molesta y mal entendida vergüenza.

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Todo el paisanaje se lanzó a escape tras los competidores entre los que desde el «pique» hizo «punta» el «malacara» montado por Juancito el peón de la caballeriza solicitado al efecto por su dueño con la promesa de darle dos pesos si ganaba la carrera.

Maltrana se excusó modestamente. No extrañe usted esta predilección. Uno que habla bien es sabido que sirve para todo... hasta para gobernar pueblos. Y como Fernando no podía darle lo que necesitaba, se alejó en busca de las armas.

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¿Pero qué nombre le daremos? dijo el juez. Con un derroche de alusiva erudición, hubo un tiroteo de Erebo, Nox, Platón, Terracota, Anteo, etc., etc. Por último, dejamos que decidiera nuestro huésped la cuestión. ¿No ha nacido de De-Hinchú? ¿Pues por qué no darle su propio nombre? dijo tranquilamente. Y así se hizo.