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Lo mismo he dicho yo replicó la dama, queriendo expresar con elocuente mohín y alzamiento de hombros la sordidez de su marido . Pero váyale usted a Bringas con esas ideas. Dice que no, que los oculistas no van más que a coger dinero... Y no es que a él le falte.

Quiso replicar el rapaz, pero la dama hizo tan imperioso gesto de desagrado y despedida, y fulminó contra él tan terrible mirada de sus negros ojos, que le hizo enmudecer y que le arrojó de la estancia como si lo hiciera a materiales empellones.

Esperad... esperad, que el negocio lo merece repuso el señor Gabriel con gran calma . Recordad; yo pido al tío Manolillo esta tarde mil y quinientos doblones por la vida de un hombre principal, que de seguro que es don Rodrigo Calderón; don Rodrigo Calderón tiene unas cartas de la reina que la comprometen, y esta noche va á casa de la señora María á pedir mil y quinientos doblones una dama, que aunque no la conocemos, debe ser principalísima. ¿No creéis que debe meditarse esto, señor Francisco? ¿No creéis que en esto danzan las cartas, la reina y el tío Manolillo, y tal vez la reina en persona...?

Pero esta vez paseó la vista con indiferencia por él, y la detuvo para leer unos versos de Periquito a un grano de cierta dama, que le hicieron reir a carcajadas. Debajo de estos versos había una gacetilla que llevaba por título: Un marido como hay pocos. Comenzó a leerla sin gana.

De repente vio, casi con imágenes plásticas, las ideas de orden, de moral casera, ordinaria, sumidas en una triste y pálida y desabrida región del espíritu; oscurecidas, arrinconadas, avergonzadas; las vio, como el guardarropa anticuado y pobre de una dama de aldea, ridículas; eran como vestidos mal hechos, de colores ajados; ella misma se los había vestido y sentía vergüenza retrospectiva; , ella, a pesar de su prurito de originalidad, participaba de tantas y tantas preocupaciones, estaba sumida en la moral casera de aquellas señoras de pueblo que no aplaudían a los cantantes ni solían tener queridos.

La Inquisición envió sus alguaciles para que recatadamente observaran aquella casa que de tan antiguo tenía fama de maldita, y viesen lo que eran sus nuevos habitantes; y los alguaciles declararon lo que ya se sabía, esto es, que la dama iba todas las mañanas a misa de alba a la catedral, y que la oía con recogimiento; que se volvía luego a su casa; que la puerta, y las ventanas, y los miradores permanecían cerrados, y que no se oía dentro ruido alguno; que la casa del duende parecía encantada, y que sólo por un postigo del jardín salían muy temprano seis negros esclavos, que iban a la plaza de la Encarnación y volvían con seis grandes cestones llenos de vituallas; que, en fin, los pocos criados que salían de la casa eran serios y pálidos como desenterrados, y que si bien bebían cuando los convidaban, hablaban poco y muy pensado, y no se les sacaba ni una sola palabra con referencia a su señora.

No, señora. ¿Quién os dijo que don Rodrigo tenía estas cartas? Mi tío. ¡El cocinero de su majestad! exclamó con un acento singular la dama ; ¿y qué os dijo vuestro tío? Me llevó á un lugar donde me ocultó y me dijo: ese es el postigo del duque de Lerma; por ahí saldrá probablemente don Rodrigo Calderón; espérale, mátale, y quítale las cartas que comprometen á su majestad.

Y abrió muy presuroso de par en par las dos puertas del salón, levantando la cortina de terciopelo para dar paso a la dama; atravesó esta rápidamente la pieza, abrió por misma la puerta de un gabinete y no se detuvo hasta llegar al despacho de Jacobo, como si todo aquello le fuese muy conocido.

Así, pues, y repito que yo estoy fantaseando una utopía, si de mi dependiera, yo elegiría á una dama discreta é ilustrada para presidenta del teatro normal ó modelo.

Disculpa tiene en quererla El señor don Juan. La moza En otro traje pudiera Hacer á cualquiera dama Pesadumbre y competencia. 1680 ¿Es todo por darme vaya? DO