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¡Ay, señor! dijo la tal Rufina , comience vuesa merced, que será mucho de ver; que yo cuando niña estuve en la Corte con una dama que se fué tras de un caballero del hábito de Calatrava que vino a hacer aquí unas pruebas, y después me volvieron mis padres a Sevilla, y quedé con grande inclinación a esa calle, y me holgaría de volverla a ver, aunque sea en este espejo.

Sus brazos y sus piernas, así como sus manos y sus pies, eran de una longitud aristocrática. Finalmente, tenía la estatura de un granadero y la apostura de un príncipe. Si preguntáis por qué un hombre así había podido caer en las manos de la señora Chermidy, os contestaré que la dama era más atractiva y más hábil que Dulcinea del Toboso.

Venturita, en cuanto tuvo noticia de que se preparaba un baile de verdad, se apresuró a encargar a la modista un lujosísimo vestido, para disfrazarse de Isabel de Inglaterra y otro para Cecilia, de dama de Luis XV. Esta se había resistido bastante a ir al baile.

¡Madre de mi alma! gritó la dama cayendo de rodillas deshecha en sollozos . ¡Yo no quiero que muera, no!... He sido muy mala ... pero siempre la he querido ... y la he respetado....

Luego que Mutileder se hubo serenado, oyó a la dama con la debida atención, y le respondió con concierto. Ella le dijo que se llamaba Chemed, que era viuda y rica y natural de Tiro, que había sabido su dolor, que se interesaba por él, a causa de una súbita e irresistible simpatía, y que anhelaba dar consuelo y remedio a sus males.

La celosa de misma se distingue por su argumento, de invención excelente y trazado con admirable ingenio y dominio del asunto. Un caballero joven viene de las provincias á Madrid, en obediencia á las órdenes de sus padres, para casarse con una dama que no conoce, y de la que sólo sabe que es muy rica.

Y la arrastró, embargado por el entusiasmo, hacia el diván, la obligó a sentarse de nuevo y se dejó caer de rodillas besando con fervor sus manos enguantadas. ¡Jesús, qué locura! exclamó la dama un tanto confusa . ¡Vaya una cosa para hacer tales extremos!

Apaciguado el buen Mordejai, emprendieron otra vez la marcha hacia arriba, y por el camino dijo el ciego a la dama que se había despedido de Santa Casilda, por romper con la Petra; y como los tiempos venían malos y no se ganaban perras, pensaba trasladarse aquella misma tarde a las Cambroneras, cabe el Puente de Toledo, pues en aquel barrio había estancias para dormir por solos diez céntimos cada noche.

Refrenaba todas sus tentaciones, comenzando por la de morir, y con el furor de un iconoclasta, destruía dentro de todas las imágenes de las cosas y de los seres. Años hacía que vivía así, cuando ella se le apareció. Y allí la volvía a ver, en el carruaje que subía lentamente la cuesta, acompañada de otra dama: sus miradas se cruzaron rápidamente.

Sólo de tiempo en tiempo dejaba oír un suspiro mal contenido. Esos son los relámpagos continuó diciendo para Quevedo. Al cabo de algún tiempo la mujer hizo un movimiento de impaciencia. Encima lo tenemos murmuró Quevedo. ¿Sabéis, caballero dijo al fin la dama , que sois el traidor peor nacido que conozco? Ya lo sabía yo dijo Quevedo.