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Cierto es respondió el cura, que con la preocupación perdía la cabeza. Entonces no te abrigues mucho, no sea que luego te resfríes. Nos levantamos de la mesa después de haber hecho infructuosos esfuerzos para mascullar algunas migas de pan y pastel. ¡Ah!, ¡cuánto siento exclamé, estallando en sollozos, cuánto siento dejaros, mi querido cura!

¿Y el señor Desmaroy, le autoriza a usted igualmente? preguntó el cura con tono bastante irónico. Se lo ruego a usted, señor cura, dejemos al señor Desmaroy en paz por ahora, y hasta pasado mañana imploré más con la mirada que con la palabra. Hoy me propongo aumentar mi ciencia del celibato y cuento con usted para ayudarme, ya que ha venido.

... ¿Qué quiere usted que añada a mis solteronas? dije sonriendo tristemente. Un último capítulo respondió el cura con fingida alegría. Alguna cosa original. Ese capítulo respondí, está escrito... Me faltaba la solterona por decepción, y ya la tengo... Después, como cosa inédita... Permítame usted...

Como de costumbre dijo mi tía. El cura me miró con aire preocupado. No estaba contento de mi explicación; pensaba que algo anormal había pasado durante el día. Me aconsejó que me acostara sin pérdida de tiempo; y lo hice con toda diligencia. Estaba avergonzada de haberlos divertido con mi llanto; tanto más cuanto que yo misma no sabía por qué había llorado. ¿Fue de placer o de fastidio?

Yo que ese dolor que atormenta al poeta no tiene cura: como á todos los grandes, la sed que atormenta á Edmundo Rostand, es sed de Infinito...

A las nueve de la noche pareció el enfermo experimentar gran fatiga, y asustado el dueño de la fonda, mandó llamar al cura párroco para que le administrase los santos óleos.

Sobre todo, no olvide usted el cabello rubio. Y una vez cumplida esta delicada misión a medida de sus deseos de usted, se dignó usted hacerme dar en la cocina un vaso de vino, que me bebí religiosamente a su salud. ¡En la cocina!... ¡Qué mal trató usted a mi pobre hermano, señorita! Si el vino era bueno, menos mal dijo el cura saboreando su Chateau-Lafitte.

El cura me apretaba la mano fuertemente, y yo besé la suya, que regué con unas lágrimas que hacía años no había podido derramar. Cuando hubo pasado aquel momento de profunda emoción, el cura se apresuró a presentarme a dos personas respetabilísimas, sentadas cerca de nosotros y que no habían sido las que menos se conmovieran con el relato del maestro de escuela.

En efeto, ellos se pusieron en el llano, a la salida de la sierra, y, así como salió della don Quijote y sus camaradas, el cura se le puso a mirar muy de espacio, dando señales de que le iba reconociendo; y, al cabo de haberle una buena pieza estado mirando, se fue a él abiertos los brazos y diciendo a voces: -Para bien sea hallado el espejo de la caballería, el mi buen compatriote don Quijote de la Mancha, la flor y la nata de la gentileza, el amparo y remedio de los menesterosos, la quintaesencia de los caballeros andantes.

Paz se había propuesto saber a qué atenerse respecto al origen de la tristeza de Pepe, y cuando una mujer enamorada forma resolución semejante, el secreto puede darse por descubierto. La obstinación de Pepe en callar fue inútil: Paz puso tanto empeño en saber los disgustos de su amante, como éste en seguir paso a paso los incomprensibles manejos del cura.