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-Mi profesión -respondió el cura-, que es de guardar secreto. ¡Cuerpo de tal! -dijo a esta sazón don Quijote-. ¿Hay más, sino mandar Su Majestad por público pregón que se junten en la corte para un día señalado todos los caballeros andantes que vagan por España; que, aunque no viniesen sino media docena, tal podría venir entre ellos, que solo bastase a destruir toda la potestad del Turco?

Calló en diciendo esto, y el rostro se le cubrió de un color que mostró bien claro el sentimiento y vergüenza del alma. En las suyas sintieron los que escuchado la habían tanta lástima como admiración de su desgracia; y, aunque luego quisiera el cura consolarla y aconsejarla, tomó primero la mano Cardenio, diciendo: -En fin, señora, que eres la hermosa Dorotea, la hija única del rico Clenardo.

Avanzó hasta el medio de la calle y despojándose de la montera y agitándola en la mano como si fuese á brindar la muerte de un toro profirió dirigiéndose á Demetria: Bendita sea tu sandunga, chiquita, y el cura que te puso la sal y la comadre que te cantó el ro ro y hasta el primero que te dijo ¡por ahí te pudras, serrana! ¡Bendito sea tu salero y esos negros bozales que tienes en la cara que cuando los veo me hace pío pío el alma como si tuviese escondido un ruiseñor aquí dentro!

La comida iba a concluir, comida que para el cura había pasado en medio de terribles emociones.

Era el 4 de noviembre de 1780, y el cura de Tungasuca, para celebrar a su santo patrón, que lo era también de su majestad Carlos III, tenía congregados en opíparo almuerzo a los más notables vecinos de la parroquia y algunos amigos de los pueblos inmediatos que, desde el amanecer, habían llegado a felicitarlo por su cumpleaños.

Un instante después atravesaba la plaza con paso diligente e iba a llamar a casa del cura con gran admiración de los muchachos. Liette, que le había seguido con tierna mirada, se volvió entonces hacia el notario. ¿Qué hay? le preguntó sin otro preámbulo.

, debieron hablar de eso; sin duda, dirían que era muy rica, de poco tiempo a esta parte... una parvenue, ¿no es así? Está bien, pero no es todo, debieron decir otras cosas. No, no he oído nada... ¡Oh! señor cura, estáis cometiendo, por culpa mía, una mentira caritativa, como vos diríais... y os hago desgraciado, pues debéis ser la sinceridad en persona.

Pero Navarro no pareció interesarse mucho en estas cosas profanas, y dando un gran suspiro, dijo así: La salvación de mi alma es lo que me interesa; que lo demás, como cosa del mundo, acabó para . Venga un cura, que me quiero confesar.

Después de media hora de lucha, los dos volvieron a la Rectoral; entró él, ella detrás y cerró por dentro después de decir a un perro que ladraba: ¡Chito, Nay, que es el amo! Paula fue el tirano del cura desde aquella noche, sin mengua de su honor. Un momento de flaqueza en la soledad le costó al párroco, sin saciar el apetito, muchos años de esclavitud.

Atándose los cordones de la bata saludó a un viejecillo que entraba haciendo reverencias con un sombrero de copa alta muy grande y muy grasiento. Era un pobre cura de aldea, de la montaña, de aspecto humilde y aun miserable.