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Usted la ha enterrado en el Zarzal, no le ha dado nunca la menor distracción, y puedo decir que sin mi hubiera crecido y vegetado en la ignorancia y el embrutecimiento, como una planta salvaje y enervada. Le repito que es preciso escribir al señor de Pavol. Esto es demasiado exclamó mi tía, furiosa; ¿no soy yo el ama en mi casa? Salid, señor cura, y no volváis a poner los pies aquí.

Algunos pasos más lejos, dijo «que era mejor tratar con las vacas que con ellasEl mismo silencio por parte de Andrés. Por último, el cura declaró «que había hecho muy bien un filósofo, no sabía cuál, en llamar a la mujer ánima imperfecta, porque, en efecto, ninguna tenía las facultades cabalesYa que se hubo desahogado un poco de esta suerte, quedó más tranquilo.

A su desmedido afán de brillar en fiestas y saraos, a su gozo en ajar la vanidad de las amigas, hallaba siempre respetuoso, pero claro correctivo en la palabra del cura, obrando éste tan discretamente, que sus frases podían parecer a la duquesa avisos de su propia conciencia.

¡Hombre, bien! exclamó el capitán tornando á serenarse. Es una buena idea... Tres jueguecitos nada más, ¿verdad? Nada más masculló el cura. Echóse un poco hacia atrás éste hasta quedar sentado sobre el trasero del borrico, dejando un buen pedazo de albarda al descubierto.

No sabe usted el trabajo que me cuesta decidirme á ello, por más que esté bien convencido de la proverbial bondad de usted y de la estimación que sin merecerlo me profesa... Pero de estas cosas ya hablaremos más tarde... ¡Qué gana va usted á tener ahora de escuchar recomendaciones! Adelante, señor cura. Nada, nada, no quiero molestar á usted ahora que acaba de llegar. Otro día será.

Alto, musculoso, con el vientre hinchado y caído sobre las piernas, la cara bronceada por el sol y cuidadosamente afeitada, el capitán parecía un cura en vacaciones, tranquilo y bonachón en la puerta de su casa.

Tal vez no sabemos tanto o somos menos atrevidos que ese parlanchín de las barbas, pero somos más serios, más sencillos. Nuestro catolicismo es para América más... ¿cómo me explicaré?... más... Más clásico interrumpió Ojeda, para sacar al cura de su apuro.

El médico le quiso consolar con palabras campechanas. «Hombre, no sea usted tonto...; si está usted en su casa... Vamos, que se va usted a poner bueno». El enfermo movió tristemente la cabeza. Permaneció largo rato mudo. Después tomó la mano del cura, la besó... Quiso hablar, no pudo, se le vio luchar con la palabra.

Pensaba luego que Juanita, aunque en aparente libertad, estaba muy vigilada por su madre, y como madre e hija vivían con cierto desahogo, no era de presumir que, si él tuviese intenciones pecaminosas, ellas cediesen, sino que en todo caso cederían in facie Ecclesiae y llevando al cura por delante.

-Ahí lo podrán ver ellos -respondió Teresa. Y dioles las cartas. Leyólas el cura de modo que las oyó Sansón Carrasco, y Sansón y el cura se miraron el uno al otro, como admirados de lo que habían leído; y preguntó el bachiller quién había traído aquellas cartas.