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Si las leyes que gobiernan las sociedades no hacen felices a éstas, la culpa no es de los hombres que las dictaron. Otros hombres tampoco podrían dictar más que leyes humanas, esto es, defectuosas e ineficaces. Odiarse y combatirse por disciplinar de diverso modo el dolor a que la humanidad está condenada, es propósito de locos.

Me apeé de un brinco; y sin cuidarme del caballo, comencé, mientras andaba hacia ella con el sombrero en la mano, a deshacerme en excusas, a explicarla el suceso... Yo tenía muchísimo gusto en ponerme a sus pies, en conocerla personalmente, en ofrecerla mis respetos; pero esto lo hubiera hecho... pensaba hacerlo, a otra hora menos intempestiva... a mi vuelta por la tarde... la culpa era de aquel diablillo que, sin darme tiempo para explicarme, se había apresurado a llamarla...

Todo Vetusta se aburría aquella tarde, o tal se imaginaba Ana por lo menos; parecía que el mundo se iba a acabar aquel día, no por agua ni fuego sino por hastío, por la gran culpa de la estupidez humana, cuando Mesía apareciendo a caballo en la plaza, vistoso, alegre, venía a interrumpir tanta tristeza fría y cenicienta con una nota de color vivo, de gracia y fuerza.

Si una ciudad, villa o aldea se empobrece y se arruina; si sus habitantes pierden el bienestar, el reposo y la cultura de que en otro tiempo gozaban, culpa es del ayuntamiento o del alcalde. Y si una nación decae, si pierde su poder y su crédito, y si las naciones extrañas la ofenden o la menosprecian, culpa es del monarca o de sus tontos y perversos ministros.

La culpa la tenía él que tardaba demasiado en ir apretando los tornillos de la devoción a doña Ana».

Esta fue su única culpa, culpa de hijos ingratos en que incurre la inmensa mayoría del linaje humano, que se olvida de Dios en la felicidad y sólo le recuerda en el llanto, porque cuadra más a su condición egoísta pedir remedios que agradecer bondades. ¡Harto lo conocía ella entonces y harto lo estaba expiando!...

El millonario movió tristemente la cabeza. ¡La familia! ¡Su mujer! También esta retirada era imposible por culpa de aquella mala hembra.

No tuve ocasión de tomar la palabra y me alegré, pues hubiera sido penoso para acusar á aquel joven y lo hubiera hecho sin indulgencia alguna, pues estaba convencido de su culpa. ¡Ah! dijo Tragomer; usted encontró en la causa la prueba de la culpabilidad de Freneuse... Terminante, amigo mío; menos la confesión del culpable, no era posible tener pruebas más completas.

Que el hijo se le deshiciera en las entrañas sin culpa de ella. Gaetano había dicho que el viaje podría hacer fracasar el temido parto. La Valcárcel deseaba abortar, sin ningún remordimiento. No era ella; era el traqueo, el vaivén, las leyes de la naturaleza, de que tanto hablaba Bonis. El cual iba aburriendo al cochero con sus precauciones, con sus avisos continuos.

Sirvió el mozo lo que le habían pedido; comenzó don Juan haciendo muecas al beber cerveza, quitó la chica un pelo que traía la tostada y, guardándose las sobras del azúcar, habló de este modo: Ya he dicho que vivo lejos. ¿Dónde? Es que si paece usted por allí y huele mi señorita que tengo yo la culpa, me planta en la calle. ¿Tu señora se llama doña Cristeta Moreruela?