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Delante y casi tocándole con la mano, un peñón enorme que se perdía de vista a lo alto, y aún continuaba creciendo según se alejaba cuesta arriba hacia mi izquierda, al paso que hacia la derecha decrecía lentamente y a medida que se estiraba, cuesta abajo, hasta estrellarse, convertido en cerro, contra una montaña que le cortaba el paso extendiendo sus faldas a un lado y a otro.

Si no hay en ello mérito alguno, ni sacrificio. No me cuesta ningún trabajo estar en vela toda la noche. Y además, hija, hay que hacer algo por el prójimo. Velaremos, pues, y no me hable usted de gratitud que es ridículo hacer tanto aspaviento por lo que no vale tres cominos».

Estamos en una situación solemne, Luis: en una situación en que acaso no se han encontrado dos personas solas: debemos ser francos... ¿Será acaso? Y se detuvo. Continúa, continúa; parece que te cuesta trabajo lo que me vas a decir. , ; lo confieso; pero es preciso, es mi deber: habiendo llegado al punto en que nos encontramos, es necesario que yo sepa... lo que debo hacer para... ¿Para qué?

ELECTRA. No vengas, hombre... por Dios, no vengas. Di que . MÁXIMO. ¡Ah! No te libras de . Chiquilla loca, tendrás juicio. Salen Máximo y el Marqués por el jardín. ELECTRA, EVARISTA, DON URBANO, PANTOJA, CUESTA, JOS

Se han educado en la blandura de nuestras riquezas improvisadas, repentinas, y son incapaces del menor esfuerzo, de la menor constancia, de la menor fatiga. Y como el ignorar no cuesta nada, poseen una necedad que está contentísima de misma.

En tal sentido, «planchar» equivale a morir; y no es exagerada la afirmación, pues en realidad muere aquella favorable representación interna que de nuestra propia figura teníamos. De estas premisas exactas, nada cuesta deducir y esto va para los hombres que es un acto criminal dejar «planchar» a una señorita.

De Pas, como si su voluntad dependiese de la máquina del reloj, se decidió de repente y tomó por la calle de la derecha, cuesta abajo; por la que más pronto podría volver al Espolón. Se olvidó de su madre, de Teresina, del cognac, del Obispo; no pensó más que en los coches del Marqués que debían de estar de vuelta.

Cuan claro aquesto vemos en el cuento Del pobre de D. Diego y de Zurita, Pues solo por poner muger asiento En el iglesia, y que otro se lo quita, Se comenzó tan gran levantamiento, Que al reyno del Perú plata infinita Le cuesta, y aun buen triunfo le costára Se él de Toledo no lo remediára.

Luego, cuando ya estoy saturado de espumas, de olas, de gemidos del viento, subo por la Cuesta de los Perros hasta lo alto de las dunas, y avanzo por entre los maizales. Allá está la aldea tranquila donde vivo, allá están los míos. Voy acercándome a mi casa; la familia, en estos días de invierno reunida en la cocina, delante del fuego del hogar, me espera.

Al rodear las tropas vencedoras el picacho de Monte-Dalarza, los facciosos huían cuesta abajo por la vertiente opuesta: ya no se escuchaban cornetas ni se oían disparos, turbando sólo el augusto silencio de los campos el triste relincho de un caballo herido y abandonado en la hondonada.