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EL MODELO. ¡Quiero decir el cuadro...! En el año próximo, si desea usted una medalla, tendrá que encargar su retrato al maestro; esto sólo cuesta veinte mil francos. Pero os pintará de pie delante del caballete. Ha hecho ya unos veinte del mismo modo.

Ella es más rica que yo, porque a una joven le cuesta más gastar mucho... ¡mientras que yo! ¡ah, yo! ¡todo lo que puedo, gasto todo lo que puedo! Cuando se tiene mucho dinero, demasiado dinero, más de lo que es justo, decid, señor cura, ¿para hacérselo perdonar, hay otro medio que tener la mano siempre abierta y dar, dar, dar lo más y mejor posible? Además, vos también vais a darme algo.

A me lo es mucho; me cuesta trabajo desprenderme de una pasión que a fuerza de tiempo casi se ha convertido en costumbre. Existe, además, por desgracia, entre los dos un lazo imposible de romper por completo. El Destino ha hecho nacer del fango de nuestro pecado una flor hermosa, una cándida azucena.

CUESTA. Que lleven esta carta al correo. PATROS. Ahora mismo. Mujercita juguetona, ven aquí. ¡Qué dicha tan grande verte! ELECTRA. ¿Me quiere usted mucho, Don Leonardo? ¡Si viera usted cuánto me gusta que me quieran!

Le hacíamos a usted cosquillas para verla reír; su risa me parecía el encanto, la alegría de la Naturaleza. ELECTRA. Vea usted por que he salido tan loca, tan traviesa y destornillada... Y alguna vez me cogería usted en brazos. CUESTA. Muchísimas. CUESTA. A veces con tanta fuerza, que me hacía usted daño. ELECTRA. Me pegaría usted en las manos. CUESTA. ¡Vaya!

Lo propio me sucede en todos los demás objetos que recuerdo haber visto: su presencia en mi interior depende de mi voluntad. Es cierto que á veces se representan objetos que no quisiera, y que cuesta trabajo hacerlos desaparecer, pero tambien lo es que bastan algunos esfuerzos para que al fin desaparezcan.

Desde el borde de la barranca, dominado por la Torre-maldita, hasta el fondo del valle, desciende una cuesta ó callejuela sumamente empinada y compuesta de varios centenares de escalones al aire libre, paralelos á un pasadizo análogo de madera. Ambos forman un caracol de encrucijadas violentas, orilladas por casas y casuchas del mas sombrío, revuelto, sucio é inextricable aspecto.

Se lanzó a todo correr por aquel camino de fuego, aguantando el sol con la cabeza baja, jadeante y echándose a pecho la cuesta que minutos antes no quería subir, aunque se lo mandase el Nuncio. Algo terrible preparaba. La voluptuosidad del mal era sin duda lo que le daba fuerzas. Tal vez buscaba subir alto, muy alto, para desde la cresta de un desmonte aplastar su carga de gatos.

En medio del camino, y muy distante aún de las puertas de la ciudad, se sintió algo cansada y se sentó al pié de un árbol. Sacó del bolsillo una naranja; y ya iba a mondarla para comérsela, cuando se le escapó de las manos y empezó a rodar por aquella cuesta abajo con singular ligereza.

El carretero, que dormía tendido sobre la carga, al sentir el galope del caballo levantó la cabeza, los miró cruzar raudos y la dejó caer de nuevo como diciendo: «¡No tengáis cuidado: huíd, que por no quedará!» ¡Up! ¡up! Lucero galopa cuesta abajo como cuesta arriba.