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Razón tiene la mística doctora Santa Teresa cuando pondera los grandes trabajos de las almas tímidas que se dejan turbar por la tentación: pero es mil veces más trabajoso el desengaño para quienes han sido, como yo, confiados y soberbios. Templos del Espíritu Santo son nuestros cuerpos, mas si se arrima fuego a sus paredes, aunque no ardan, se tiznan.

Yo no concibo cuerpo sin extension: pero esto no prueba que la extension sea el mismo cuerpo. Mi espíritu ha adquirido el conocimiento de los cuerpos por medio de los sentidos: estos me han dado ó dispertado, la idea de la extension, pero nada me han dicho sobre la íntima naturaleza del cuerpo que sentia.

En estos momentos solemnes es cuando vemos un cuerpo elevarse sobre miles de cuerpos y una mano temblorosa extenderse sobre tantas cabezas.

La belleza de esta mujer, pura y perceptible en sus detalles, es completa en el conjunto exterior por su gracia natural, y en el interior por aquella belleza de alma que parece iluminar los cuerpos por dentro. Esta mujer se encuentra medio vuelta de espaldas sobre su asiento, y sostiene en sus brazos a una niña que duerme tranquilamente.

Sea en buen hora; pero al menos no se diga que la experiencia nos presenta los cuerpos como indiferentes para el movimiento y el reposo; si se quiere, explíquese el movimiento sin actividad, sosténgase que no hay actividad, no obstante las apariencias experimentales; pero no se diga que estas apariencias demuestran la falta de actividad.

Antes me arrancaré la lengua que pronunciar su nombre delante de otra persona. Su nombre, su casa, su familia, todo es misterioso. Yo me deslizo en la oscuridad, en oscuridad profunda que no proyecte sobra alguna, y abro mis brazos para recibirla, y los oscuros cuerpos se confunden en el negro espacio.

Durante unos instantes, Febrer vio salir a luz las armas más estupendas y enormes, disimuladas prodigiosamente en aquellos cuerpos enjutos y esbeltos.

Las olas se elevaban lentas y mansas sobre los escasos centímetros de la borda, como si quisieran contemplar con sus ojos glaucos este amasijo de cuerpos blancos y obscuros. Remaban los náufragos con nerviosa desesperación; luego yacían inertes, reconociendo la ineficacia de su esfuerzo perdido en la inmensidad. El piloto, al adormecerse en la dura popa, acababa por sonreír con los ojos cerrados.

El mismo Presidente Cleveland y todo el pueblo anglo-americano debieran protestar, sin que nadie abogase por nosotros, contra los arrebatos violentos y ciegos de que se han dejado llevar sus Cuerpos Colegisladores.

Sin él podemos adquirir la seguridad de la existencia de los cuerpos; sin él nos formamos idea de la superficie y del volúmen; sin él conocemos el movimiento; sin él alcanzamos á distinguir cuando ese movimiento pertenece al objeto ó al órgano que recibe la impresion.