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Pero no; conforme se acerca cuento las arrugas del rostro. ¡Ah! es un joven de sesenta años.

Nuestros más notables filósofos, desde el Renacimiento hasta el día, han escrito en latín, y no es poco lo que han escrito, por todo lo cual ni se han hecho extractos fieles y luminosos de lo que escribieron, ni se han emitido sobre ello imparciales y bien considerados juicios, ni los profanos, en cuyo número me cuento, hemos llegado a enterarnos con claridad y exactitud de sus sistemas y doctrinas.

LA CHOUTE. ¡Mejor todavía...! ¡La señora de Lenclos soy yo...! LA CHOUTE. ¡Cuando yo te lo digo...! ¡Pero procura callártelo, porque me arruinarías...! BEAUVALLON. ¡Vaya una historia...! LA CHOUTE. ¡Es un cuento de hadas, amigo mío!

¡Oh! dijo Meñique; mi madre me arrullaba con ese cuento: ¡es la cascada! Dime ahora preguntó la princesa, ya con mucho miedo: ¿quién es el que anda todos los días el mismo camino y nunca se vuelve atrás? ¡Oh! dijo Meñique; mi madre me arrullaba con ese cuento: ¡es el sol! El sol es dijo la princesa, blanca de rabia.

¡Ah! ¿Habéis hablado de ese proyecto? ¡Proyecto! Pero ¿no es seguro? ¿Lo es algo en el mundo? ¿Y es una americana tu elegida? , una persona encantadora, miss Harvey... ¿La conoces? No tengo ese honor, pero cuento con que querrás presentarme á ella.

Pido ahora perdón por estas últimas páginas; pero, como el fin de la jornada se acerca y pronto vamos a separarnos, cuento con que serán leídas con aquella paciencia, llena de vagas esperanzas, con que se oye el último párrafo de un fastidioso que tiene el sombrero en una mano y la otra en el picaporte.

Hay un cuento muy lindo de una niña que estaba enamorada de la luna, y no la podían sacar al jardín cuando había luna en el cielo, porque le tendía los bracitos como si la quisiera coger, y se desmayaba de la desesperación porque la luna no venía; hasta que un día, de tanto llorar, la niña se murió, en una noche de luna llena.

Pero echemos un velo, como dicen los historiadores, sobre el infausto suceso de mi embriaguez, y sigamos el cuento.

Causóme esto mucha pesadumbre, porque el gusto de haber leído tan poco se volvía en disgusto, de pensar el mal camino que se ofrecía para hallar lo mucho que, a mi parecer, faltaba de tan sabroso cuento.

A sus órdenes estoy, mi querido doctor; aunque se presagian mayores desastres en la Bolsa, quiero ver si me rehago de alguna manera, y pensaba quedarme hasta fines de mes... Pero, mucho pulso, amigo... y a propósito: esto que le ha sucedido a usted, me recuerda aquel cuento... Y aquí el cuento.