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También me ha recreado mucho la historia, que es un cuento verdadero de todo lo que los hombres han hecho antes de ahora; resultando, hija mía, que siempre han hecho las mismas maldades y las mismas tonterías, aunque no han cesado de mejorarse, acercándose todo lo posible, mas sin llegar nunca, a las perfecciones que sólo posee Dios.

Pero otras mil flores, más olorosas y no menos bellas, aparecen después, llamando y excitando al céfiro a que respire los aromas que exhalan. El céfiro viene, semejante al atrevido príncipe del cuento de hadas, y atraviesa por la esquiva floresta, y penetra en el silencioso palacio, y llega hasta el lecho de la encantada y dormida princesa, y le da un beso de amor.

Bueno ha sido el paseo... y debemos dar gracias a Dios de que no nos haya visto nadie, porque si nos hubieran visto.... ¡Ah! no sabe usted hasta qué punto es atrevida la calumnia en estos tiempos.... ¿Quién me asegura que mañana no dirán de herejías sin cuento por haberme dejado acompañar de noche por usted?

Enmudeció, perdió el sentido, quedó absorto y, finalmente, tan enamorado cual lo veréis en el discurso del cuento de mi desventura.

Sonrió con amargura y añadió: Tengo poca suerte.... No he hecho mal a nadie, me he casado a gusto de papá, y mire usted ¡cómo se me arreglan las cosas! Señorita.... No me engañe usted también recalcó el también. Usted se ha criado en mi casa, Julián, y para es usted como de la familia. Aquí no cuento con otro amigo. Aconséjeme.

Cuando Cardenio le oyó decir que se llamaba Dorotea, tornó de nuevo a sus sobresaltos y acabó de confirmar por verdadera su primera opinión; pero no quiso interromper el cuento, por ver en qué venía a parar lo que él ya casi sabía; sólo dijo: ¿Que Dorotea es tu nombre, señora? Otra he oído yo decir del mesmo, que quizá corre parejas con tus desdichas.

Y no crean que es mentira lo que cuento; doscientos mil provenzales lo han visto.

Pero esto importa poco a nuestro cuento; basta que en la narración dél no se salga un punto de la verdad. Es, pues, de saber que este sobredicho hidalgo, los ratos que estaba ocioso, que eran los más del año, se daba a leer libros de caballerías, con tanta afición y gusto, que olvidó casi de todo punto el ejercicio de la caza, y aun la administración de su hacienda.

Razón tienes; no eras entonces . Trato de figurarme cómo eras y no lo puedo conseguir. Quererte yo y ser como a ti mismo te pintas son dos cosas que no puedo juntar. Dices bien, quiéreme mucho, y lo pasado pasado. Pero aguárdate un poco: para dejar redondo el cuento, necesito añadir una cosa que te sorprenderá.

Si no le contengo con una reflexión imperiosa y una sacudida recia de su lástico, hace otra barbaridad allí menos laudable que la del monte. Pensando que se la envidiaría Chisco, acordéme del descubrimiento hecho por en casa del Topero y en el corazón de Tanasia, y fuile con el cuento al mozón de Robacío, en un aparte que tuve con él.