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Y era que cuál sería mejor y le estaría más a cuento: imitar a Roldán en las locuras desaforadas que hizo, o Amadís en las malencónicas.

Pero con todo eso atendía a la plática y no perdía la ocasión de mostrarse ingenioso, incisivo y dominar a los demás por su donaire. Abandonada la filosofía, se había entrado en el terreno de las personalidades. Se trajo a cuento los defectos, las manías y ridiculeces de las personas conocidas de la alta sociedad.

Variedad extraña y falta de enlace en la acción, caprichos y monstruosidades sin cuento, detalles trabajados con singular esmero, y conformación imperfecta del conjunto, son sus lunares más visibles.

No quiero pecar de prolijo ni ser tildado de jactancioso, y por eso no cuento aquí por menudo las cosas extraordinarias que en España hicimos. Te diré, no obstante, que fue mi cercano pariente aquel gran rabino de Toledo que redactó la exposición, y fue el primero en firmarla, dirigiéndose a Caifás y tratando de convencerle, para que no condenase al santísimo Hijo de María.

Pero dejaría la poesía de serlo, si los poetas cantaran la verdad una sola vez en su vida.... Y vuelvo á mi cuento.

Siempre cuento, con buena justicia y equidad, que en contraria balanza de estos pecadillos y deslices, se me pondrán en cuenta y data, no los servicios de soldado, pues para premiar vos no sois Emperador, sino mi buen ingenio en el tiempo que os serví, la grata voluntad que siempre os tuve y tantas cuchilladas como a vuestro lado en diversas ocasiones.

Por de pronto, se encontró allí con amigos de su mayor intimidad; como que eran Leticia, su marido y el subsecretario de Gobernación; y ya se supondrá que no cuento este hallazgo entre los sucesos graves a que me he referido, aunque alguna gravedad revestía la altivez del continente de la primera, frente a la actitud algo airada y como rencorosa del tercero; pero más grave fue una estocada que este funcionario español atizó, en la madrugada del día siguiente, a un príncipe ruso bruñido a la francesa, que campaba en el sitio por su riqueza, por su boato y hasta por su estampa original y castiza.

Trababan conversación, y las de Amézaga hablaban como con pereza y desdén, mirando al cielo o a los transeúntes, e hiriendo la arena con el cuento de las sombrillas.

Con Francisco de Sierra hubo tenido Palabras, atencion pido á mi cuento, Que no fué aquesta cosa fabulosa, Antes la juzgo yo por milagrosa. Aqueste Sierra era muy honrado, Y de los naturales muy querido, Hombre de presumpcion y muy soldado, Por donde era de todos muy temido.

Los que hacen el scrucho o cuentan el cuento, son simplemente, en buen romance, los estafadores, los más inteligentes, más astutos y de más buen tono en el mundo lunfardo; son, como si dijéramos, su aristocracia. ¡Y así son de odiados por sus congéneres los punguistas y los escruchantes!