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Demora esta ciudad á orillas del riachuelo llamado Eulach, en el fondo de una bonita llanura rodeada de colinas, unas cubiertas de viñedos y otras de bosques de hayas y encinas, y todas salpicadas de alegres casas de campo ú labor.

Las de Pajares dejaron que se alejase la cabalgata con su estruendo de tamboriles y dulzainas y siguieron su marcha por las calles cubiertas con espesa capa de arena para el paso de las rocas. A la hora de la comida llegó Andresito a casa de las de Pajares. Lo enviaban sus papas para hacer el ofrecimiento de todos los años. Ya se sabía que el balcón de Las Tres Rosas era el mejor del Mercado.

Gabriel, que conocía su hermosura interior, pensaba en las viviendas engañosas de los pueblos orientales, sórdidas y miserables por fuera, cubiertas de alabastros y filigranas por dentro. No en balde habían vivido en Toledo, durante siglos, judíos y moros.

Ni siquiera están cubiertas de yeso las paredes, y las piedras han adquirido con la humedad un color sombrío y secular: parecen los viejos claustros de una abadía.

6 y pondrán sobre ella la cubierta de pieles de tejones, y extenderán encima el paño todo de cárdeno, y le pondrán sus varas. 7 Y sobre la mesa de la proposición extenderán el paño cárdeno, y pondrán sobre ella las escudillas, y los cucharros, y los tazones y las cubiertas; y el pan continuo estará sobre ella.

Y sea porque la vista de los guardias le turbase ó no tuviera en gran respeto al santo que iba en semejante compañía, no rezó ni siquiera un requiem æternam. Detras de S. José venían las niñas alumbrando, cubiertas la cabeza con el pañuelo anudado debajo del menton, rezando igualmente el rosario aunque con menos ira que los muchachos.

Había también algunas mesas cubiertas con manteles, donde se exhibían bizcochos y otros confites de remota antigüedad. La gracia de aquella romería estribaba en tomar leche por la mañana en la ermita, jugar luego con los pucheros y romperlos al fin, haciéndolos rodar por el monte abajo. Se comía a las doce el fiambre que se llevaba.

Los hombres iban arrebujados en mantas, cayéndoles dos chorros de agua por la canal del sombrero deformado y blanducho: las mujeres pasaban chillando como ratas, cubiertas con las varias hojas de su astrosa faldamenta, llenas de barro, y mostrando sus piernas enfundadas en los pantalones masculinos que usaban para la escarda.

Abríase ante ellos la Ribera de Curtidores, con su declive tan rudo, que las últimas casas tienen sus tejados al nivel del arranque de la calle. Por encima de las cubiertas de las Américas veía Feli la ondulación de los cerros amarillentos, la llanura castellana, de suaves hinchazones, con su sequedad que acusa los objetos a luengas distancias.

La estrecha cañada por donde corre el riachuelo de Villoria es de una belleza encantadora. Las colinas que la forman verdes, cubiertas á trechos de árboles. El río desciende tan pronto suave como rumoroso, pero siempre límpido. El camino sombreado de avellanos.