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Seguía cayendo la lluvia y sobre las apretadas filas de cabezas cubiertas con faldas, mantas y alguno que otro paraguas, pasaban las rojizas llamas de los hachones tiñendo de escarlata las mojadas caras. Sonreía la gente bajo aquel temporal con la confianza del éxito; gozándose por adelantado con el terror del río apenas entrase en él la bendita imagen. ¿Qué no podría San Bernardo?

Se embarcaron, y la lancha, impulsada por la corriente, guiada por los remos de Rafael, comenzó a descender el Júcar arrullada por el susurro de las aguas al deslizarse por las altas riberas de barro, cubiertas de cañaverales que se inclinaban formando misteriosos escondrijos. Leonora palmoteaba de alegría.

La habitación era sencilla: dos grandes balcones sobre la Sendeja, con obscuros cortinajes; las paredes cubiertas de un papel imitación de madera; una mullida alfombra y la gran mesa de escritorio con una docena de sillones de cuero, anchos y profundos como si en ellos se hubiera de dormir.

Otras veces eran las yeguas de larga cola y sueltas crines que temblaban un momento con salvaje sorpresa al ver al jinete y huían monte arriba con violentas ondulaciones de ancas. Los potros las seguían, con las patas grotescamente cubiertas de pelo, como si llevasen pantalones. Rafael miraba asombrado a los zagales nacidos en la sierra.

Sería menester buscarlas en las salas de algún hospital, no ocurriéndose á nadie que puedan encontrarse en otra parte. Pero ¿quién diablos daría su dinero por ver y oir á cómicas feas y groseras, cubiertas con malos trajes, y sin saber cantar, ni bailar, ni representar? ¿Serían éstas actrices ó espantajos?

Mayor inconveniente tienen las embarcaciones extrangeras que vienen de tan lejos á estos mares, y benefician las ballenas y la esperma sobre sus cubiertas; para lo que necesariamente deben conducir leñas, y este embarazo no los priva de continuar en este trabajo todos los años, en la estacion propia.

Le remitía letras por valor de veinte mil duros, y ponía a su disposición cuarenta mil más para dentro de quince días, y otros veinte mil para fin de mes, fechas en las cuales tenía la casa esos vencimientos que cobrar de las acreditadísimas A... y B..., y cubiertas todas sus atenciones del momento.

A enorme altura existían algunas mesetas cubiertas de verde, y tras de ellas volvía a elevarse el peñón en su cortadura vertical, hasta llegar a la cumbre, aguda como un dedo. Algunos cazadores habían escalado una parte de esta ciudadela, aprovechando como senderos las aristas entrantes de la piedra para llegar de este modo a las primeras mesetas.

Triunfaba mi amo con la mucha ganancia; y viendo cuán bien sabía imitar el corcel napolitano, hízome unas cubiertas de guadamací y una silla pequeña, que me acomodó en las espaldas, y sobre ella puso una figura liviana de un hombre, con una lancilla de correr sortija, y enseñóme a correr derechamente a una sortija que entre dos palos ponía; y el día que había de correrla pregonaba que aquel día corría sortija el perro sabio, y hacía otras nuevas y nunca vistas galanterías, las cuales de mi santiscario, como dicen, las hacía, por no sacar mentiroso a mi amo.

Misterioso como nunca pareciole ahora el extraño monumento dorado y azul de los Mártires. Bajó a la cripta. La milagrosa imagen estaba rodeada de cirios ardientes. Dos mujeres, echadas de pechos en el suelo, gemían hacia un rincón, cubiertas completamente por sus mantos, haciendo pensar en dos enormes murciélagos moribundos.