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Marcábase en la ancha calle de Bravo Murillo la interminable hilera de postes eléctricos: una fila de cruces blancas flanqueadas de arbolillos, y en el fondo, sumido en una hondonada, Madrid envuelto en la bruma del despertar, con los tejados a ras del suelo y sobre ellos la roja torre de Santa Cruz con su blanca corona.

Debió Jacinta preguntarle algo; sin duda la otra no acertó a responderle. La señora de Santa Cruz se acercó a la puerta que comunicaba con la otra sala. Entonces Fortunata, que se hallaba detrás, dijo: «Se ha quedado dormida».

Se cuenta que cuando el cuerpo de Santiago fue conducido al Padrón, un caballero que deseaba acompañarlo llegó tarde al puerto. El barco había izado ya sus velas y se perdía en el horizonte, sobre un mar de oro y de plata. Entonces el caballero hizo el signo de la cruz y se lanzó audazmente entre las olas.

Sea lo que quiera, al venturoso hijo de D. Baldomero Santa Cruz y de doña Bárbara Arnaiz le llamaban Juanito, y Juanito le dicen y le dirán quizá hasta que las canas de él y la muerte de los que le conocieron niño vayan alterando poco a poco la campechana costumbre.

La muchedumbre se estremeció, hizo la señal de la cruz y permaneció muda. La monja, entonces, haciendo signo con la mano a los que la rodeaban, se puso a seguir el rastro de sangre que el gitano había dejado sobre la arena. Todos marchaban en silencio, llenos de horror; llegaron por fin al matorral que ocultaba al gitano.

Sobre el tiempo en que se acabaron y se declararon mortíferas estas últimas ceremonias judaicas, si fué quando Jesu-Christo dixo en la Cruz: Consummatum est[a], ó fué quando los Apóstoles juntos en Concilio en Jerusalen dixeron: Visum est Spiritui Sancto & nobis ut abstineatis

¡Máximo! ¡Máximo! por favor, por piedad, en nombre de Dios, hábleme, perdóneme. Me levanté y la vi en el hueco de la ventana, en medio de una aureola de pálida luz, con la cabeza desnuda, los cabellos caídos, la mano crispada sobre el travesaño de la cruz, y los ojos ardientemente fijos sobre el sombrío precipicio. No tema nada le dije. No me he hecho mal alguno.

Lo mismo aconteció á los que representaron en los teatros de la Cruz y del Príncipe, como Gálvez, Gaspar Vázquez, Angulo, Francisco Osorio, Saldaña, Tomás de la Fuente, Botarga, Alcázar, Gabriel de la Torre y Manzanos.

Este ejemplo excitó á las autoridades de Madrid á levantar nuevos edificios de igual clase en los sitios, en donde existían los dos corrales de la Cruz y del Príncipe.

Bien pudieran abrirnos el palenque á los arqueros y ¡por la cruz de Gestas! que sería cosa de ver cómo descoyuntábamos á cinco arqueros gascones. Ó cómo otros tantos hombres de armas baldábamos á igual número de soldados de esta tierra, dijo Reno. ¿Quiénes son los mantenedores ingleses? preguntó Golvín.