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Besó la mano al Cura; arrimóse otra vez a la orilla de la barranca; dijo a los que le contemplaban atónitos, por ignorar los planes que le movían a hacer aquellas cosas tan raras, que tuvieran listas la pala y la cuerda para cuando las pidiera él; miró un instante hacia abajo, santiguóse rápidamente, invocó a «Jesús crucificado...» ¡y allá va eso!

Al glorioso vencedor de Magencio, alistado bisoño de Jesucristo, fué á quien principalmente se debió que los templos del Crucificado adquiriesen en lo sucesivo la planta sencilla y simbólica que se ha venido despues perpetuando hasta nuestros dias.

se había adornado de limpieza, ese lujo del pobre, y estaba tan bien barrida y desempolvada que las pacíficas arañas que dormitaban de tiempo inmemorial en todos los nichos y en todos los rincones, bajo el velo de la Virgen como en la corona de espinas y hasta en la barba del Crucificado, habían sido desposeídas de sus telas, arrebatadas como por un huracán, y andaban melancólicas y errantes en busca de nueva instalación.

Quién dice que el Cristo crucificado del Museo del Prado, es imagen teatral y lúgubre, o que tiene mucha sangre; quién niega que sean de mano de Velázquez las figuras del cuadro de la Vista de Zaragoza; otros le atribuyen lienzos medianos en que no puso pincelada; escritor hay que al hablar de Las Lanzas le supone la ruin malicia de haber pintado zafios a los holandeses y gallardos a los españoles; no falta quien acepte por auténticos cuadros como la pequeña Reunión de retratos del Louvre, y hasta se ha llegado a echar de menos en Velázquez cualidades que poseía en alto grado.

Arrastrábame hacia allí la fuerza misteriosa de una curiosidad que tenía mucho de la atracción de los abismos. Llegó Chisco a la loma antes que yo, según costumbre, y aguardóme en ella con el brazo extendido ya, como la otra vez, para mostrarme lo que desde allí se veía... ¡Y por Dios crucificado que no era poco!

Pero, señor don Pompeyo, hágase usted cargo de que todos somos sacerdotes del Crucificado... y siendo sincera su conversión de usted.... señor, sincera; yo nunca he engañado a nadie. Yo quiero reconciliarme con la iglesia, morir en su seno, si está de Dios que muera....

A un Jesús Nazareno, con la cruz a cuestas y la corona de espinas; a un Ecce-Homo, ultrajado y azotado, con la caña por irrisorio cetro y la áspera soga por ligadura de las manos, o a un Cristo crucificado, sangriento y moribundo, Pepita no se hubiera atrevido a pedir lo que pidió a Jesús, pequeñuelo todavía, risueño, lindo, sano y con buenos colores.

Así pues, hace seiscientos años que estos símbolos están a la entrada de aquel grande y noble edificio, como una inscripción que el pueblo comprende, sin saber leer. El barón sentía mucho no poder adoptar la versión de Rita. Entre tanto la marquesa dijo a Rita: ¿Por qué has ido a decirle esa tontería del negro crucificado? ¿No habría sido mejor contarle la verdad?

Habíase acostumbrado a respetar, en virtud de un sentimentalismo contagioso, al Dios crucificado; sabía que aquello debía besarse; sabía además algunas oraciones aprendidas de rutina; sabía que todo aquello que no se poseía debía pedirse a Dios; pero nada más. El horrible abandono en que había estado su inteligencia hasta el tiempo de su amistad con el señorito de Penáguilas era causa de esto.

Y Dešÿ lo ovierõ crucificado, repartierõ šus veštidos echando šuertes: paraÿ še cumpliešše loÿ fué dicho por el Propheta, Repartieronše mis veštidos, y šobre mi ropa echaron šuertes. Y guardavanlo šentados alli. Y pušieron šobre šu cabeça šu cauša ešcripta, ESTE ES IESVS EL REY DE LOS IVDIOS. Entonces crucificaron con el dos ladrones: uno