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Al acercarse á la puerta vió á muchos que cantaban y bailaban con la exaltación de la embriaguez; y aunque no vió á Pascuala, aunque aquella gente le inspiraba mucho recelo, subió el escalón de la entrada y presentándose preguntó por su antigua criada.

No lo digo porque sea usted su padre, pero no he hallado en ninguna parte una muchacha más hermosa, más sencilla y al mismo tiempo mejor educada... ¡Eso ! ¡Bien criada ! En ese punto ni su madre ni yo nos hemos descuidado.

¡Nadie te fuerza, hijo mío! pero si pretendes casarte con una niña criada en una cueva, con una niña que nada haya visto ni oído y que lleve a la cámara nupcial el candor de la cuna, eres más inocente de lo que yo conjeturaba.

Encendió la criada la lámpara de velar, con su bombillo de ópalo: salió de puntillas: cerró la puerta con mucho cuidado. Y en cuanto estuvo cerrada la puerta, relucieron dos ojitos en el borde de la sábana: se alzó de repente la cubierta rubia: de rodillas en la cama, le dio toda la luz a la lámpara de velar: y se echó sobre el juguete que puso a los pies, sobre la muñeca negra.

Que haga de lo que quiera prosiguió cuando se hubo calmado... Que me haga su criada... Después de todo, ya lo soy... Pero refregarme los ojos con otras mujeres... eso no debía hacerlo, ¿no te parece?... Porque yo no le he dado motivo hasta ahora para tratarme así, bien lo sabe Dios... Desde que estoy con él no he mirado á ningún otro hombre... ¡que se me quiebren las manos y se me salten los ojos si no digo la verdad!... No he ido un día siquiera á Puerta de Tierra, ni á los toros, ni he puesto los pies fuera de casa más que cuando él me ha llevado á la plaza de Mina por la noche ó los domingos por la mañana á la del Mercado.

«Patricia le dijo su ama, afectando una curiosidad indiferente . ¿Sabe usted qué gente es esa del cuarto de al lado?». Señorita replicó la criada sin dejarla concluir ; como estoy aquí desde el día antes de salir usted del convento, ya conozco a toda la vecindad... ¿sabe? En ese cuarto vive una señora muy fina que la llaman doña Cirila. Su marido es no qué del tren.

Cuando se rezaba el rosario, que era dos veces al día, mandaba previamente una criada al gallinero para apartar, mientras durase, al gallo de las gallinas; luego la ordenaba separar las cucharas de los tenedores y los corchetes machos de las hembras.

Mirando los salones interminables que parecían iglesias, pensábase involuntariamente en la noche, cuando las sombras ahogaban la macilenta luz de la candileja del avaro y los pasos del viejo y su criada sonaban como en el ulterior de una cripta, en un medroso silencio interrumpido por los crujidos de la madera vieja y las veloces carreras de las ratas.

Y así lo hizo, ahechándole la cebada y limpiando el pesebre, humildad que obligó al hombre a contarle con buena voluntad lo que le pedía; y, sentándose en un poyo y don Quijote junto a él, teniendo por senado y auditorio al primo, al paje, a Sancho Panza y al ventero, comenzó a decir desta manera: «Sabrán vuesas mercedes que en un lugar que está cuatro leguas y media desta venta sucedió que a un regidor dél, por industria y engaño de una muchacha criada suya, y esto es largo de contar, le faltó un asno, y, aunque el tal regidor hizo las diligencias posibles por hallarle, no fue posible.

Estos galanteos me han costado algunos disgustos; pero no le guardo a usted rencor. Antes o después tenía que estallar el trueno, porque estaba resuelta a no quedarme en el convento, aunque tuviese que ir a servir de criada a una casa. Después, usted me ayudó mucho a salir con la mía, y por ello le estoy agradecida... Pero una cosa es el agradecimiento y otra el amor.