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En este tiempo, viendo mi habilidad y buen vivir, teniendo noticia de mi persona el señor arcipreste de Sant Salvador, mi señor, y servidor y amigo de vuestra merced, porque le pregonaba sus vinos, procuró casarme con una criada suya; y visto por que de tal persona no podía venir sino bien y favor, acordé de lo hacer.

Y Tirso de Molina, en el acto III de Por el sótano y el torno, hace decir a Santillana, escudero viejo, cuando se dispone a dejar de servir a su ama, porque le ha reprendido: «¡Miren, porque la doy luz de amantes embustidores! QUITERIA. ¿Quién es doña Escalera? D.ª TORRE. Vna criada. QUITERIA. ¿Con don? D.ª TORRE. , que autoriza una donada

Ana vio al gran Constantino que abría. ¿Qué pasa? Don Fermín... ahí en la sala.... ¡Ah!... me alegro. Entró la Regenta y doña Petronila se fue hacia la cocina, al otro extremo de la casa. «Si llaman, que no estoy», dijo a la criada. Y pasó al oratorio que tenía cerca de su alcoba.

Si quiere conocer los pormenores del martirio de la criatura diríjase a la criada María que hace algunos días dejó de servir en casa de D. Pedro. Suya afectísima amiga, María Josefa HeviaLuis arrugó la carta entre sus manos crispadas. Toda la sangre se le agolpó a la cara.

La criada se reía sorprendida de aquel buen humor. Es más sabroso que el nuestro. Si no fuera que ya está un poco duro... Se sacudió las migajas con la mano, volvió a arreglarse las gafas y después de beber un trago de agua porque también el vino estaba cerrado, se partió en dirección al ayuntamiento. El reloj del edificio señalaba las diez.

¡Mi madre convertida en criada de monjas! gritó con rabia. Los ojos se le arrasaron de lágrimas, y al cubrirse el rostro con las manos, por no entristecer más a su padre, vio que su precaución era inútil: el viejo lloraba también. ¡Padre, padre de mi alma, nos vamos a quedar solos! dijo, arrojándose en sus brazos. no me dejarás, ¿verdad, hijo?

Una criada, despedida de la casa porque el rigor del ayuno la hizo blasfemar de Dios y hurtar en viernes de cuaresma restos de solomillo fiambre, propaló por el barrio noticias muy curiosas, según las cuales la Condesa de Astorgüela revelaba empeño de rescatar con la penitencia lo mundano de su vida pasada.

Era por consiguiente una gran molestia, tal vez un peligro, aventurarse a recorrer en veinte horas de diligencia la carretera de la costa que llegaba hasta Loreto. La acompañaron en su viaje don Cayetano Ripamilán, canónigo respetable por su condición y sus años, y una antigua criada de los Ozores. Había muerto don Carlos de repente, de noche, sin confesión, sin ningún sacramento.

Ama y criada rompieron a reír, y Juanín lanzó una carcajada graciosísima, repitiendo la expresión, y dando palmadas como para aplaudirse. ¡Qué cosas le enseña usted!... Vaya, hijo, no digas exprisiones... ¿Me quieres? le dijo la Delfina apretándole contra . El chico clavó sus ojos en Izquierdo.

Luego, serenándose su ánimo, se acordó de Paz y del recrudecimiento que imaginó notar en su amor. ¿Cuál sería la causa? ¿Por qué la niña criada en el regalo, lejos de convencerse de que aquello era una locura, daba a sus promesas más firmeza y mayor expresión de simpatía a sus miradas?