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Vive, pues, el pobre enamorado cavilando en los misterios que guardan aquellas paredes, y envidiando á la criada de Amparo, sólo porque oye hablar, porque ve comer, porque ve dormir, porque conoce al dedillo, en suma, á la esfinge de su existencia.

«Pero, criada, llévame pronto!» «¿Piedad, qué es eso de criada? ¡ nunca le dices criada así, como para ofenderla!» «No, mamá, no: es que tengo mucho sueño: estoy muerta de sueño.

Tiramos de una cadena que colgaba cerca de la puerta y sonó una campana a lo lejos. Salió a la puerta una criada vieja, y Allen le dijo que éramos náufragos. -Se lo voy a decir al capitán. Esperad. Desapareció, y al poco rato se abrió una de las ventanas iluminadas de la casa y se presentó en ella una figura de hombre, que gritó: ¡Eh, los náufragos! ¡Adelante!

Llega á su casa y al entregar el tápiz á la criada, á buen seguro que no dirá ¿dónde está mi marido? y ¿dónde está el castila? Á los hijos de este, los llamará por sus nombres ó simplemente sus hijos; pero lo que es el castila jamás será en el hogar, ni Pepe, ni Juan, ni Andrés, sino siempre el castila. La madre, en todas partes es la misma. La mujer, no en todas es igual.

Por lo demás, ama y criada, guardando siempre cada cual su posición y grado en la jerarquía social, se identificaron por tal arte, que se diría que no había en ellas sino una voluntad, los pensamientos mismos y los mismos propósitos. Todo era orden, método y arreglo en aquella casa. Apenas se gastaba en comer, porque ama y criada comían poquísimo.

Yo me malicio ... aunque una sea así tan guapetona.... Yo me malicio que á no me quiere pa maldita de Dios la cosa ... porque al fin, siempre una es criada y él un caballero.... Pues parece persona muy principal. Digo... ¿Le dejo entrar? ¡Jesús, Pascuala, no lo vuelvas á decir! exclamó seriamente Clara. ¿Pero á qué quiere entrar aquí ese caballero? Toma, á verla á usted.

Si, lo que no considero posible, os faltasen los medios de existencia, acudid a en seguida, que siempre os acogeré con afecto paternal. Pero renunciad al absurdo proyecto de casaros con mi cocinera, porque no debéis enlazar vuestra suerte a la de una simple criada, y no quiero, por otra parte, chiquillos en mi casa.

El Magistral lo presumía y habló como si fuera delante de testigos. ¿Es usted criada de la señora de Quintanar? , señor; su doncella. ¿Viene usted de su parte? , señor; traigo una carta para Usía. Aquel usía hizo sonreír al Provisor, que lo creyó muy oportuno. ¿Y no es más que eso? No, señor.

El barbero, obedeciendo la consigna, se acercaba, le embadurnaba la cara de jabón y le despojaba bonitamente de las barbas sin que don Jaime se despertase más que a medias. Echaba otro sueño, y al despertarse de veras solía decir a la criada que le servía el chocolate: Hoy es sábado; que llamen, al barbero.

¡Dale!... ¿Y qué gusto le encuentras a las moras silvestres?... ¡Caprichosa!... ¿no te he dicho que eso es más propio de los chicuelos holgazanes del campo que de una señorita criada en la buena sociedad?... criada en la buena sociedad? La Nela vio acercarse con grave paso al que esto decía.