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El señor Stevens, al despedirse de sus amigos, pidió algunos detalles al mensajero. No nada respondió éste . Dicen que han encontrado a una francesa muerta en su cama. ¿Cerca de aquí? interrumpió el doctor. A un cuarto de legua. ¿No dicen si es una recién llegada? Creo que ; pero su criada no habla más que el francés y no han podido comprenderla.

La otra criada de la casa, que la echaba de sensible y ejercía cerca de las señoritas las funciones de doncella, volvía la espalda al sacrificio y vigilaba las marmitas y cazuelas que hervían sobre los fogones del banco.

Efectivamente, el señorito se durmió otra vez, sin pensar en ello, así que la criada cerró tras la puerta. Su sueño no era tan sosegado como antes.

Pues yo deseo más. Yo quiero darte criada y un cuarto mejor, y que vistas como una señora, y vayas al teatro, y algún día la gente te salude, y digan todos: «Ahí va la mujer de Isidro», y hasta en los periódicos se hable de «la bellísima señora de Maltrana». Feli rió como una niña. Pero ¡qué tonto!... ¡Qué cosas tan superficiales deseas! Lo que importa es quererse.

Roberto ve el retrato y se enfurece sobremanera; pero su astuta hermana le dice que su criada lo ha encontrado en la calle, y Ramón en seguida, convertido en pregonero, publica la pérdida del retrato, desvaneciendo las sospechas de Roberto.

En esto se había alejado el de los cuernecillos, y entreoí estas palabras: Nada ha sospechado. ¿Cómo era posible? Si salí una hora después que él... ¿A las cuatro ha dicho? . Tenemos tiempo. ¿Estás segura de la criada? No hay cuidado alguno, porque...

Para su alma sentimental, concupiscible, irascible y discursiva; para su facultad y aptitud de aborrecer, amar y calcular, sobre todo en relación con lo temporal visible, tenía a la discreta criada Serafina.

Paco iba detrás sin desdeñar la conversación de Petra, que se mirlaba hablando con el Marquesito. En materia de amor la criada no creía en las clases y concebía muy bien que un noble se encaprichara y se casase con ella verbigracia. No decía que don Paquito estuviera en tal caso, ni mucho menos; pero le alababa el pelo de oro y la blancura del cutis, y por algo se empieza.

Maestros de curar lamparones y quebraduras fueron Carlos de Villafranca y Pedro Rodríguez, los cuales obligáronse á curar á Francisca, criada de Nicolás Durango, por escritura de Miércoles 12 de Agosto de 1489 .