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El ascético sacerdote gozaba más con perfeccionar las almas creyentes y buenas, que en atraer las que definitivamente se hallaban en las garras del pecado. Lo primero que se le ocurrió leer al P. Gil fue cierta Vida de Jesús, muy popular a la sazón entre los impíos y de la cual se hablaba siempre con desprecio mezclado de terror en el seminario. La leyó con profundo dolor y tristeza.

Tenía la Regenta este defecto, tal vez heredado de su padre: que para distinguirse de la masa de los creyentes, necesitaba recurrir a la teoría hoy muy generalizada del vulgo idiota, de la bestialidad humana, etc., etcétera.

Nada respetaron en los invasores: no satisfechos con haber despoblado y talado tu campiña , con haber desterrado á todos tus creyentes, con haber llevado la espada hasta el interior de tus santuarios, destruyeron uno á uno tus monumentos complaciéndose en hacer saltar á hachazos tus ricas techumbres de cedro y tus paredes de oro.

Entendió que su hijo se llamaría decididamente Antonio, no recordaba qué otra cosa, y Sebastián. Sebastián... ¿para qué? En fin, poco importaba. Las de Ferraz miraban al niño y al cura con la boca abierta, y como quien asiste a una farsa muy chusca; eran creyentes como cada cual, pero en el mundo, para aquellas señoritas como panderetas, todo era una guasa, asunto de broma y de castañuelas.

La madre instaló a la bellísima nuera en su propia cámara, formada de cristales y espejos, hasta que llegase el instante de las bodas; y en tanto que el Sultán recibía los homenajes y plácemes de sus alcaides, wazires y walíes, las Sultanas salieron a solazarse con las esclavas por los espaciosos y mágicos jardines, trasunto del imperio de Flora y compendio aventajado del Paraíso, por quien tanto suspiran los creyentes en el Islám.