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Preciso es confesar que si carecemos absolutamente de actividad, la naturaleza nos alucina completamente, haciéndonos creer que somos muy activos. Los simples recuerdos nos ofrecen otra muestra de verdadera actividad.

Estoy desesperada. Tan desesperada estoy, que me inclino a creer que no he tenido que fingir la enfermedad, sino que en realidad estoy enferma. El doctor lo ha creído y ha dejado una receta muy larga, que doña Rita ha leído y debe cumplir. Serán simplezas del doctor... ¡Ay, Dios mío! ¿Qué burla pesada es esta? ¿Con que no me contesta Narcisito?

Ellos eran los que les habían tenido en la ignorancia durante siglos, haciéndoles ver que el pobre carece de otro derecho que el de la limosna, inculcándoles un respeto supersticioso para el potentado, obligándoles á creer que deben aceptarse como dones celestes las miserias terrenas, pues sirven para entrar en el cielo.

La historia no nos dice si bardos o trovadores consagraron a este asunto, sin embargo tan interesante, sus versos y sus melodías. Es de creer que ni unos ni otros hubieran logrado transformar una sociedad que exaltaba a la mujer y buscaba el dinero.

Todo el mundo, pasándose de listo y sin recordar que en aquella casa había dos mujeres, una soltera y otra casada, creía o fingía creer que el médico estaba enamorado de la segunda. Sin embargo, el marido de ésta podía dormir tranquilo. Quien ocasionaba las cavilaciones del doctor era Julia, la joven que llegó a Saludes con la suegra de Molínez.

Pasáronsele muy bien dos horas sin que pudiese atinar con la causa de su prisión, porque para él era indudable que el prenderle no convenía al duque de Lerma, y que siendo el duque tan apegado á su conveniencia, no era ni aun razonable creer que su prisión proviniera de él.

Mi opinión es que, como gracias a los progresos de la igualdad y fraternidad los chocantes aires aristocráticos se van extinguiendo, en breve no se hallarán en España, sino en las gentes del pueblo. ¡Creer que ese hombre es un torero! dijo el artista con tal sonrisa de desdén que el otro se levantó picado, y exclamó: Pronto sabré quién es: venid conmigo, y exploraremos a su criado.

Pero ya que tanto te ocupas de hacer feliz á la humanidad, ¿por qué no te acuerdas de la pobre de tu mujer?... Y hablaba con sorda cólera de la de Lizamendi, que muchas veces lloraba al visitarla, recordando el pasado. Se veía en una situación difícil, ni soltera, ni viuda; eludiendo hablar de su estado, ocultándolo casi, para que nadie pudiese creer que era ella la culpable de la separación.

«Vuessas mercedes pueden saber, y creer, que el doctor Pedro Hurtado, y su compañero, hizieron en esto muchas hazañas; por lo qual merecen ser de Dios galardonados, y de las personas á quien toca.

Sería preciso creer que en seguida, en seguidita que yo escurrí el bulto se lió con otro. ¡Qué falta de pudor! Lo único claro y patente es que los mimos, las ternezas, aquel entusiasmo... ¡todo farsa!